Me llamo Eulalia. Tengo treinta y nueve años. Hace séis, que dejé a Arturo. La verdad es que no sé por qué se terminó lo que en principio parecía una idea excitante, y dejó todo paso a don tedio. Supongo que algo malo pasó.
Tengo muy claro que el amor viene, va, y siempre te sorprende. Mi matrimonio con Arturo era casi una cosa vegetal o mecánica. Se acabó el fuego de la pasión, y llegó el viento del aburrimiento mutuo. Sí. Porque Arturo,-aunque lo negará y se considerará una víctima,- estaba tan aburrido de aquella relación absurda incluso más que yo misma.
Nunca quiso la separación. Es demasiado macho para éllo. No tenemos hijos y eso debió favorecer el borrón y cuenta nueva, pero no en su caso.
Le dejé tirado, porque se lo merecía. Cuando le insinuaba que lo nuestro no iba, en seguida se ponía tenso y cambiaba la conversación. Se hacía el loco, y no quería pensar en hipotéticos fracasos sociales o personales de cara a los demás. Le gusta mucho la pose. La necesita.
Me refugié de mi decepción en mi grupo de amigas. Bajaba a la calle y estaba con ellas, o bien nos íbamos por ahí de excursión, o a algún pub o cosas así. Todo lo hice sin pensar demasiado. Lo único que tenía claro es que Arturo ya no valía y que era un perfecto cobarde. Con mis amigas estaba realmente a gusto. Pero, claro, una cosa es estar gratamente a nivel amigos, y otra cosa es cómo me sentía cuando estaba Elisenda cerca de mí. Es que era, todo. Te escuchaba, le podías decir todo lo que fuera, era comprensiva, generosa, y aunque no venga a cuento, francamente bella.
Yo estaba asustada. ¿Qué estaba sucediendo? Llegó un momento en que era tan especial mirar a Elisenda, que me ponía toda ruborizada y no me atrevía y bajaba mi cabeza.
Elisenda, cierto día, me cogió las manos y me dió un beso. Yo, trémula de sentimientos extraños, comencé a llorar, y a decirla que aquello no estaba bien, y que era todo una locura, y seguramente vicio, y sexo defensivo y hasta furtivo, y todas esas cosas que se dicen cuando estás más asustada que una mona en una jaula extraña. Atrapada sin aparente salida. O, con un salida potente y majestuosa.
Elisenda, me comprendió. Me hizo reflexionar sobre el amor. No hacíamos daño a nadie. El azar nos pone retos en la vida que caminan y no se detienen.
¿Arturo?, ¿qué podría pensar Arturo cuando le chivaron que ahora yo estaba con una mujer? ...
Un día llegó la llamada esperada a través del mensaje en mi móvil. Era Arturo. Su mensaje decía que yo era una monstrua viciosa, guarra, degenerada, traidora, faltona en su hombría, y que nunca conocería de una vez lo que era la santa vergüenza. Insultos, ya sabéis. Bollera, fue suavísimo, al lado de cuando trató de hacer sangre con sus letras hirientes. ¡Animalón! ...
¿Yo era una bísex? Sinceramente, no lo sé. Solo sé que soy feliz y que ahora estoy con Eulalia. Y os confieso que cuando pasa un hombre que está cañón, lo reconozco y le miro.
Pero, Eulalia, es ahora mi suavidad y mi vida. Lo es todo para mí. Es mi compañera de piso, mi complemento, mi intimidad feliz y mi sorpresa cotidiana. Cada día quiero más a Eulalia. Y ya mucha gente sabe que somos pareja. Y que no hacemos daño a nadie porque nos hagamos el amor.
Veo miradas machistas de rechazo cuando nos tomamos de la mano o nos damos un beso en público. Pero es problema de sus estigmas y bobadas. A Eulalia y a mí nos gusta nuestro momento y nuestro presente. Nunca pensamos en las cosas eternas sino en ser sinceras. Con nosotras mismas, y con los demás. A nadie mentimos, ni hacemos mala sangre. Somos así.
-ES TODO NUESTRO CARIÑO-
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