Siempre me gusta salir al balcón por las mañanas cuando me levanto. Me agrada acomodarme al lado de mis plantas y recibir el grato frescor de las primeras horas del día.
Hoy, me ha sorprendido escuchar llamándome a mi vecina Amparo: "¡Oye, José Vicente!, ¿hoy vas al Jardín Botánico?" ...
Es muy raro y excepcional que Amparo hable resuelta y con desparpajo. Tiene deficiencia, es tímida, y todo se lo piensa más que mucho. La pobre hace lo que puede con ella misma.
Tras la sorpresa le he dicho: "Sí, Amparo. Allá sobre las once y media iremos. O por ahí ..."
¡Oh, la tremenda soledad! Amparo no solo no cuenta apenas, sino que su escasa familia casi como que la considera un estorbo. Su prima ha llevado a la hija de Amparo, Stellita, -también deficiente-, a un campamento de verano. Y ahora debe de estar como tantas y tantas personas en este país. De vacaciones.
La prima de Amparo no ha hecho nada con ella. Es el primer verano que mi vecina lo pasa sin su padre. Ha de ser más que duro.
Pobre señor Salvador. Sí. Su padre. Todavía le recuerdo con gran cariño mientras discutíamos hasta caernos de culo sobre política y sobre lo que hiciera falta. Hasta que un acelerón en su senectud me dejó perplejo. Un día me faltó al respeto sin venir a cuento, y en otra ocasión le vi a lo lejos cómo andaba con treinta y dos grados y sin protección del sol, desorientado, con una extraña sonrisa, y caminando por donde circulan los coches y casi a su lado. ¡Dios! ...
Otro día, se pegó un leñazo en la cabeza y quedó inconsciente para siempre. Un mes después, falleció.
Hay muchas Amparos, y Pepes, y Antonios, y Juanas, y un mundo que no sale en el brillo positivo del oropel y que parece que carga y estresa. Por ejemplo, el mundo de Amparo, deficiente mental.
Amparo se aburre en casa como la hostia, no tiene iniciativa propia, pero como se apaña cocinando y esas cosas, ¿para qué hablar de Amparo y más en estas vacaciones de sacro calor? ...
Amparo es tranquila, y asume su postergación, y se toma las pastillas de noche para dormir su patología. Lo que pasa es que durante el día no hay nadie en su vida, no parece existir, tiene la ausencia de la presencia y del calor humano, y todas esas cosas que son tan evidentes como silenciadas tantas veces.
Hoy, a las doce, Amparo estaba sentada en un solitario banco del Jardín Botánico. La he visto mientras llevaba a mi madre en la silla de ruedas, me he sentado a su lado, y le he dado un poco de conversación. Amparo casi no quiere hablar, a casi todo te dice que sí, y si tiene que interrumpirte lo hará. Boba, no es. Tiene su mundo. Existe ante el rechazo de los demás y la incomprensión mayoritaria. Amparo es un ser humano que no trabaja porque tiene problemas crónicos, y éso decidimos que no se lo vamos nunca a perdonar. ¡Oh soledad! ...
Cuando ha visto que me marchaba, Amparo se ha puesto en pie y se ha venido con nosotros. Se agarra a clavos ardiendo. Nos necesita. Necesita a cualquiera. Sentía que sola no podía hacer nada y que el mundo era demasiado complicado. Y yo me sé que hay miles de personas como élla.
- ¿NOS IMPORTAN? -
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