Mientras el Tour de Francia va declinando sus días de competición, y ya parece que los británicos Wiggins y su lugarteniente a regañadientes Froome se disputan este año la victoria, se ha producido un nuevo caso de dóping en el mayor de los hermanos Schleck, Frank.
La otra tarde escuchaba unos desenfadados comentarios de Pedro Delgado y Ángel de Andrés en torno a la etapa posterior al dóping del citado Frank Schleck, como si no se hubiera producido otro enorme sobresalto en el corazón de la credibilidad del ciclismo.
Con Contador en casa castigado por el tema del dopaje, y en medio de un Tour gris y un tanto rollo, parecía hacerse necesario el imperio de la emoción y del gran hachazo en la montaña.
Pedro Delgado ganó un Tour de Francia, tomándose un producto que luego lo declararon prohibido. Pantani, se dopó. El Chaba Jiménez, Valverde, Ocaña, Rijs, y un interminable número de corredores. El más destacado, parece Armstrong, del cual nunca se pudo afirmar con la rotundidad de las pruebas. El americano, ganó una cantidad brutal de Tours franceses.
Sí. A mí me da la impresión de que hay dos ciclismos, y dos bastante abismales perspectivas. Está quien ha sufrido los rigores del ciclismo, y los teóricos puristas que consideran que esto del dóping es una lacra y una mierda adicional e inadmisible.
El ciclismo es un negocio emocional, que presiden dos o tres carreras fundamentales y de tres semanas seguidas sin apenas descanso, como son el Tour de Francia, el Giro de Italia y la Vuelta a España. Sin esos tres pilares fundamentales, el ciclismo dejaría de ocupar horas de espacio televisivo, el dinero no llegaría, y todo quedaría reducido a una cuestión de ínfima trascendencia.
A mí me da en la nariz, que los hombres de a tierra del ciclismo, ven veintiún días de terreno por delante, y consideran que eso es una solemne salvajada. Y entonces, para proteger a sus ciclistas, no solo les hacen entrenar y todo éso, sino que les rodean de una suerte de productos químicos para que puedan sobrellevar el gran calvario, sin que se resientan los periódicos, la emoción, las triscas en la montaña, ni el aburrimiento en las casas. Con una cierta lógica, consideran que hay que dar espectáculo a la afición día tras día, y que éso, un cuerpo humano sin estimulantes, no hay sencillamente quien lo aguante.
Los puristas y teóricos, aprietan mucho y mandan a sus esbirros a desmontarles las llamadas grandes trampas deportivas e insanas, les pillan, les castigan y les sancionan. Incluídos a los doctores contratados por los equipos para elaborar productos sofisticados y enmascaradores.
Sí. En el fondo las dos lecturas, dentro del discurso del ciclismo, tienen una cierta lógica. el deporte, es dinero y ambición. El deportista cobra un dinero y se evita un tiempo de tener que subirse a los andamios o faenar en duros trabajos cotidianos. Su ciclismo, le salva.
Los que afirman que hay que perseguir al dóping, piensan que puede haber gran espectáculo entre los grandes ciclistas, cuando suban el Mortirolo, el Gavia, el Tourmalet o Alpe D´Huez, y sin necesidad de que los deportistas se metan nada.
Solo lo dejo caer. Quizás todo vaya por ahí. Que ahí radique el gran disenso. Que chocan las ideas de negocio de épicos héroes mediáticos, contra una idea más sana y quién sabe si romántica, de la forma de afrontar tres semanas de kilometraje.
No es que no haya buenos ni malos, sino concepciones bien distintas de entender un mismo reto y una misma realidad.
-NO OS EXTRAÑE-
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