El trasladar prácticamente todos los días con la silla de ruedas a mi anciana madre al Jardín Botánico de mi Valencia, me permite a veces realacionarme con gente de otros lares, de visita turística a mi bella y entrañable ciudad.
En medio de un calor devastador, he buscado el mejor sitio de sombra generado por los inmensos y bellísimos árboles del jardín, y nos hemos sentado al lado de una mujer rubia y cordial, la cual estaba escribiendo cosas en inglés en un cuaderno.
Y, rápidamente, nos hemos puesto a charlar. Era mejicana, no recuerdo si del Distrito Federal, y su piel y facciones tenían más aspecto europeo que meridional.
Gracias a su amabilidad, la charla continuaba y se ampliaba. Ella me decía que andaba por los cuarenta años, que tenía tres niños, y que estaba casada con un estadounidense. Y que solían residir en las tierras del Tío Sam, y que ahora estaban pasando unos días en mi España.
Su talante, era abierto y juvenil, tenía pinta de ser licenciada o de nivel cultural alto, y mostraba curiosidad sobre mi Valencia. Me preguntaba sobre mi idioma vernáculo valenciano, sobre cómo andaban las cosas por aquí, y yo a mi vez le preguntaba por Méjico y por su visión del mundo. Estábamos los dos bien locuaces y parlanchines, ante la mirada un tanto sorprendida de mi madre, la cual permanecía en silencio.
La chica mejicana del jardín, me hablaba del PRI y su corrupción, y de que no le convencía en absoluto el opositor PRD, ni el PAN. Cuestionaba las marchas de protesta al verlas interesadas y habiéndose, según élla, desmarcado de su origen inicial. Me insistía en que el gran problema de Méjico seguía siendo la corrupción y la mordida. Me hablaba de los cárteles de la droga en dirección a los Estados Unidos, y de la enorme violencia general.
No es que le gustara el PRI, pero el PAN le agradaba bastante menos, aduciendo que no había sabido coordinar o como se llame, a los cárteles, haciendo que los enfrentamientos entre los grandes ramales de la droga no salpicaran a la inocente población civil.
Y entonces pronunció la palabra clave: "Seguridad". La apuesta era lo que ella llamaba, seguridad. Y me recordó a la idea psicosis que tuvo su cénit el 11 de Septiembre en las Torres Gemelas de Nueva York. El nuevo orden, basado en la citada seguridad.
Importándole a la amable mejicana la censurable y delictiva actuación de los cárteles y de toda violencia, me hablaba de su añoranza por unos tiempos en los que no tenía que soportar tantas balaceras. Que los disparos, eran el día a día. Que era raro recorrer con sus hijos la ciudad, y no hallarse en medio o proximidades de un peligroso lío de tiros.
Y alababa y se sentía bien con la paz de mi España y de mi Valencia, en donde estas cosas no suceden. Sí. Su discurso quedaba centrado en esa idea de la seguridad. Esa idea del miedo, le impedía,-a pesar de su inteligencia evidente-, desear seguir reflexionando más en profundidad sobre la violencia y sus causas.
Yo, le hablaba de las grandes desigualdades y de la pobreza, como causas de dicha imparable violencia nueva y actual, pero la amable mejicana no estaba por compartir la reflexión. Le era muy duro aceptarla.
-CON TODA SU LÓGICA-
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