Con la excusa y circunstancia de la realización de unas obras en los balcones de mi escalera, puedo conocer mejor a sus propietarios. Lo que pasa es que, conocer, es un poco hoy en día una palabra quimérica y a veces imposible. Ni entre sí, desean apenas la comunicación los citados propietarios.
Van a la suya. Se cierran sus puertas respectivas, y desde allí apenas se puede pasar. Es su estilo actual de vivir. Ya no son vecinos sino conviventes. Gentes que tienen a veces que relacionarse, porque no les queda más remedio. Pero, no hay afecto ni lo habrá por ahora. Quizás, nunca ...
Bien poco podemos saber los unos de los otros. La comunicación es distante y fría, y cada uno,-salvo alguna excepción-, solo vela por sus propios intereses. Hay respeto cortés de conveniencia. Pero, poco más. No hay un deseo real de conocerse mejor, ni siquiera para posicionarse con más acierto ante las decisiones mutuas. No levantan la voz, pero raramente muestran una risa franca y espontánea.
A mi escalera le pasó la ley de vida, y se acabó aquella familiaridad que tuvo antes y entre la que yo me crié. Aquel tiempo ha fenecido, y el pasado lo engulló.
Los hijos de la gente más mayor, no desearon seguir en la barriada y pusieron tierra por en medio en busca de pisos nuevos y vidas propias. Los abuelos se fueron haciendo viejos, y la barriada comenzó a desertizarse. Empezó igualmente la especulación. La idea es, que muchos pisos se declararan en ruína, para así no afrontar los pagos referentes a la ley que les obliga a la rehabilitación de sus casas. Quizás ahora con la crisis, se estén algunos arrepintiendo de la decisión tomada. Porque volver a casa de sus padres implica que ya no puede ser, dado que han descuidado la habitabilidad de sus lares de cuna que se caen a trozos.
El vacío generacional, provocó que solo gente nueva y que no es de mi barriada, llegase aquí. Ahí empezó una gran desconfianza entre quienes siempre vivimos aquí, y entre los nuevos, muchos de éllos jóvenes, y procedentes de familias bien. Los "nenes de papá" ...
Hasta que no pasen muchos años, no podrá haber ensamblaje y ausencia del recelo. Estarán las miradas propias y de la desconfianza. Observaciones mutuas y de cautela. No. La idea familiar siempre estará muy lejos de mi barriada.
Los caseros, se limitan a cumplir el expediente en las reuniones. Hay odios larvados y rechazos de plano. En mi comunidad se ha dado el que los obreros estén pintando, y que todavía no se haya decidido exactamente de qué color y cómo queremos que se culmine la fachada que se labora y que da a los balcones. Casi inaudito ...
En paralelo, hay en mi ordenador un bombardeo de correos electrónicos cruzados y procedentes de los actuales iphones, donde cada cual muestra sus bazas. Dentro del imperio de la tecnología digital y general, no hay apenas comunicación real. Solo, la justa. Es la gran paradoja de ésto que llamamos modernidad.
La escalera, mi finca, es todo un aprender social y actual. Son y somos así. No hay que hacer tesinas o trabajos de sociología universitaria. Es el perfil frío e independiente de los universos actuales. Y a pesar del contenido de verdaderos aspectos hilarantes, es el modo actual de entender el convivir.
-LO QUE HAY-
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