Benabás bajó como todas las mañanas al horno, y compró los dos panes de todos los días. Y cuando fue abonar el importe de lo adquirido, se quedó pensativo dado que no lo recordaba. Los horneros habituales le miraban un tanto perplejos: - "Pero Benabás, que vale lo mismo de siempre, hombre ..."
Una vez en su casa, un Benabás avejentado y como dejado, se quedó un buen rato meditando. ¿Es que acaso ya el paso del tiempo escurridizo y traicionero le afectaba y seriamente la memoria? ...
Benabás decidió que no podía tratarse de aquéllo. No era cronológicamente tan mayor. Algo extraño le estaba sucediendo, y era su deber el averigüarlo. Pronto, lo fue descubriendo.
Sí. Hacía demasiado tiempo que Benabás no pisaba la calle, que no fuera para las compras imprescindibles o para bajar la basura. Se empezó a dar cuenta, en cuanto se puso a caminar. Demasiado tiempo sin ejercitarse, comenzaba a hacerle malas pasadas y travesuras.
Benabás no hallaba su paso natural. No es que fuese despacio o que se fatigara si adelantaba su ritmo de caminar. No. Era, otra cosa. Como si una extraña descoordinación le impidiera caminar como siempre lo había hecho. Habría perdido su estilo y personalidad propia al andar. Se sentía como raro o anquilosado. Como desentrenado, o con polvo en los huesos. Le faltaba trazo, camino y habitualidad. ¿Qué había estado haciendo en todo este tiempo? ...
Benabás notó muchas más cosas. Apenas recordaba a la gente de su barriada, ni sus vecinos a él. No se podía decir que no supiese quiénes eran, pero les notaba como otros, distantes, quizás altaneros, y sobre todo, indiferentes ...
Benabás se fijó en las distancias físicas a medir, y en la actitud de los unos y de las otras. ¡Coño, la vida! ...
A medida que caminaba, pensaba y observaba, notaba la dificultad que le suponía elaborar las mismas tres cosas a un tiempo. Debía fijarse en los relieves de las calles para no tropezar y caer, debía igualmente contar con que los otros también seguían ahí, y asimismo intentaba reflexionar acerca de las cosas ...
Pero, la vida. Ése, era el tema de Benabás. La vida marcaba las distancias de toda la realidad. Configuraba y disponía toda la actualidad y todo el suceder, le gustase o no.
Sí. Todo cambiaba y había cambiado. Habían pasado vientos y encalmadas, lluvias y sequías, sonrisas y depresiones, nomadismos y sedentarismos, meses y semanas, segundos y lustros, y no había prácticamente nada que se hubiese detenido.
Al llegar cansado finalmente a su casa, Benabás se dijo a sí mismo que todo lo vivido en aquel día, había sido un síntoma y también un acicate para volver a percibir lo novedoso y lo presente en su vida cotidiana.
Y, afortunadamente, Benabás cambió. Salió más veces a la calle, se marcó una disciplina, y aparcó sus perezas. Sacó las telarañas de su cuerpo aburrido, caminó más sobre la vida, y su cuerpo se reconcilió con el cansancio.
-Y BENABÁS SONRIÓ ABIERTAMENTE-
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