Se veía venir. Estaba cantado. Al estar a caballo entre mi casa y la casa de mi hermano, no había día que no me volvía loco al encarar ambas puertas. Sacaba las llaves de una, y eran las de la otra. Y a pesar de los prácticos bolsillos que tenía un bolso que me había comprado, el no estar habituado a estos avatares de dos casas/ dos puertas, me traía a mal dolor de cabeza. Vaya trajín ...
Pero lo que hoy me ha ocurrido, nunca lo esperas hasta que te pasa. Tras los cuidados a mi madre enferma y en medio de un calor achicharrante, descubro atónito y enfadado que había extraviado las llaves de mi casa.
Lo lógico, los nervios, qué hacer, venga a buscar en todos los bolsillos, y la sensación de que una nube imponente y negra me invadía, amplificando los terrenos de la adversidad puñetera.
Mi pronto, lo primero. Más nervios. Llamo a mi hermano para que busque en los pantalones a ver si me he dejado las llaves en su casa, el móvil me dice que apenas me queda saldo, y mi hermano me llama por segunda vez para decirme que no ve nada. Pero que seguirá buscando a ver ...
Yo, en la calle, sigo hurgando una y otra vez en los bolsillos del bolso masculino, de modo infructuoso y frustrante, y bajo un calor tórrido, pegajoso y de las tres de la tarde.
Mas de repente, me entra la práctica rebeldía. ¡No quiero dependencias de nadie! Se acabó. Me levanto del suelo raudo y veloz, y allá que voy a tomar decisiones. Tomo el bolso en una de mis manos, y decido buscarme yo solo la vida. Mientras camino a grandes zancadas y convicción en dirección a la casa de mi hermano, me baila por la cabeza la idea que que unos duplicados han de estar en la mesita de noche. ¡Coño! ...
Cuando llego a la casa del hermano, éste se sorprende al verme tan decidido, y me insiste en la idea de que él sigue sin ver nada de llaves y que en los bolsillos de mi ropa, no hay nada.
Casi no puedo oírle. Me lanzo sobre la mesita de mi cuarto, y extraigo uno de los cajones, a pesar de estar llenos de papeles y documentos. Coloco los dedos de la mano por los costados, levanto algunos papeles, y me hago con un duplicado.
A continuación vuelvo a cruzar la tórrida Gran Vía valenciana de Fernando el Católico, llego a mi casa, logro abrir la puerta de la calle, y subiendo tres pisos sin ascensor, la puerta mía de arriba. Conseguido. La decisión y no el lamento o las dependencias, me han ayudado en esto del azar. Problema finito. Llamo a mi hermano, y le cuento que en el interior de mi casa está el llavero extraviado. Que todo ha vuelto a la normalidad ...
Y aunque aparentemente es así, yo sé que todavía no se ha dado esa circunstancia. No. Sé que nunca me acostumbraré a llevar dos juegos de llaves que abren dos casas distintas. Me conozco.
Sí. La tranquilidad me vendrá dada cuando solo deba utilizar las llaves de mi casa. Las llaves de mí mismo, mis aperturas interiores y exteriores, el paso franco hacia mi sitio y hacia mi verdad. Y en ese mismo momento seré yo, todo yo, y únicamente yo.
-PUEDO JURARLO-
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