domingo, 25 de abril de 2010

- AYER TUVO LUGAR -

Bueno. Fue ayer. Pero me puede suceder cualquier día. Porque esto que os cuento es sobre todo, mágico e inesperado. Sí. Ayer tomé mi vieja guitarra de esa adolescencia que apenas tuve, y entonces pasó algo nuevo. Agarré la vieja guitarra,-una de las cuerdas ya está estropeada-, y decidí tocar sus cuerdas lanzándome al abismo de la primera música de CD que tuve a mano y que se me ocurrió. Fue de Roberto Carlos, y más tarde de Perales y Astrud Gilberto. Era lo de menos. Lo que contaba, era algo más que mi oído. Yo no sé tocar la guitarra, pero había algo inexplicable que me llevaba a acariciar las cuerdas del instrumento, haciéndolas sonar. Y sonó la música de la guitarra de mi expresión. Destaco, eso. Que me lancé sin paracaídas al ritmo de cualquier música, de música al azar. Nada cambiaba. Y de repente sentí que la música se abría. Que me abría un campo tranquilo hecho para mi. La música me decía que fuera yo, y que aún respetando las melodías originales y propias de los grandes maestros, que yo también jugara con la serenidad de mi tocar individualizado. Que fuese, música. El primer efecto de esa magia fue, que me relajé. Entré en un estado especial, en el cual los demás no podían estar, molestar o exisitir. La música se abría solo para mi. Para mi forma de los acordes, para mi manera de emular a los grandes músicos, para mi improvisación absolutamente libre y personal. Sí. Hubo cabida. La música me dijo que sí. Y seguí tocando la guitarra a mi estilo, a mi manera dulce, canción tras canción y melodía tras melodía. Pasaba el tiempo y yo no me enteraba. Y quien pasara cerca de mi balcón entreabierto, no sabría discernir qué parte de música correspondía a los CDs, y qué parte de aportación musical me correspondería a mi. Os lo prometo. Éramos todos, música. Y todo, música. La tríada: melodía, cantante y José Vicente solo eran una palabra hueca. La música inicial, me había propuesto un hueco en su amor. Cuando finalmente dejé de tocar mi vieja guitarra, lo primero que noté fué ingravidez,suavidad, destensión, máxima relajación, y una serena alegría. Yo había sido penetrado por el embrujo de la música, y yo le había hecho el coito a dicha música. Sin darnos cuenta. Y mis ojos brillaron serenos y con aura de luz, y mis manos estaban energetizadas, y le di un beso a mi vieja guitarra antes de guardarla en el armario, y otro beso al radiocasette que había emitido la música inicial. Pero,sobre todo, fué la música de todos y de todo la que me dió un beso en el corazón. -COMO OS LO CUENTO-

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