domingo, 9 de septiembre de 2012

- PEPE EL DE LAS MANTAS -



Hace ya algunos años que no le veo. En la misma esquina de mi valenciana calle de Borrull con la más que calle, Avenida de Guillém de Castro, había una popular tienda de mantas que regentaban dos hermanos.
Uno de éllos, al que traté y al que recuerdo con cariño y simpatía, se llamaba Pepe. El señor Pepe. Siempre le tengo en el pensamiento con su eterno puro pegado a sus labios, y con una expresión entre serena y astuta. Como si poco de lo que pasaba a su alrededor, fuera con él.
Recuerdo que era muy atento con sus clientes, muy claro y formal, muy decidido,     y     excelente comerciante. Antes de venderte lo que fuera, te lanzaba su red de seducción, y cuando te dabas cuenta ya te había vendido el producto.
Casi todos los días, coincidía con él cuando marchaba yo con mi madre camino del entrañable Mercado Central. Y, a veces, hablábamos con una cierta holgura. Y, éso, me ayudaba a conocerle mejor. Aunque su habla más natural era el valenciano, el darse cuenta de que yo me encallaba en mi vernácula lengua, entonces él daba el paso y charlábamos en la imperial lengua de Cervantes.
El señor Pepe el de las mantas, era, a pesar de ser un comerciante y todo éso, bastante de izquierdas. Cuestionaba a todo bicho viviente. Y yo creo que era, porque en el fondo a él le hubiese gustado ser más privilegiado y menos abnegado y sufridor.
Así, y al notar que yo le escuchaba sin censuras ni cortapisas, el señor Pepe me decía, que lo que tenían que hacer los curas era ponerse a trabajar, y dejarse de tener ya la jubilación preparada y todo. De sexualidades, curiosamente, no me hablaba mucho ...
Pero, anticlerical, todo lo que quieras. Mantenía una curiosa teoría desde la cual sostenía que en realidad habían dos Estados Vaticanos. El de Roma, y otro ...
Me decía el señor Pepe el de las mantas, que los curas lo tenían   todo      perfectamente   planificado. Y que si por lo que fuera, les robaban todos los tesoros del Vaticano romano, que entonces no pasaba nada porque en un lugar inesperado e insonsable del África profunda, el clero tenía otra estructura económica más potente aún.
Me decía Pepe, que tenían mucho miedo. Y que, fruto de ese miedo, llegó a concretarse la idea. Sí. Los dineros, las joyas y otras mágicas y potentísimas reliquias y de los santos, se hallaban en otro lugar, y que se había consensuado entre la banca, el periodismo y la propia Iglesia, una barrera imposible de ser revelada. Vamos, que los curas lo tenían todo más que controlado ...
Quien poco conociera al señor Pepe, no podría sospechar tanto rechazo a la estructura vaticana. Porque era complaciente, afectuoso, cordial, muy pasota y valenciano, y exquisito con el comprador. Fuera o no su teoría fruto de la envidia, el señor Pepe me hacía reír con un gracejo que tenía, y que sencillamente añoro y echo sinceramente de menos.
Y cuando paso por el lugar que ya ha cerrado, y el señor Pepe jubilado junto con su hermano, noto una ausencia. Una ausencia familiar y vecinal, de un tiempo que hacía que los pequeños comerciantes se abrieran, pudieran ser de los nuestros, y no fríos como los dependientes de una gran superficie comercial.
-TIEMPO QUE SE VA-

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