miércoles, 5 de septiembre de 2012

- MI MADRE, LO SIGUE SIENDO A SU ESTILO -



Los días de mi madre, tienen malos y traviesos despertares. Y es que la buena mujer va   a despertarse con las primeras luces de la mañana de dichos días, y va y parece que una mano negra haya de caer sobre élla. Porque, sencila y claramente, no se puede levantar de la cama por sí misma como siempre ha hecho, y eso no lo puede aceptar y asumir. ¿Todavía? ...
Sí. Lo primero que mi madre piensa cuando se despierta, es que está encima de una trampa que capa su autonomía personal y su libertad. Y entonces le vienen todas las rabietas de no aceptación de su realidad. Y comienza a llamarme: - "¡Oye, oye, oyeee...!"
A lo mejor, yo, a esas horas no he completado el sueño aconsejable y hasta saludable de mis necesarias ocho horas de descanso reparador, pero mi madre no puede pensar, y saca todas sus urgencias de modo compulsivo y sigue llamándome: - "¡Oye, oye, oyeee...!"
Más que sobresaltado, con sensación de que mi descanso no puede ser completo, allá que voy torpemente y medio dormido en dirección a su cama y con la periódica pregunta: - "Pero, mamá, ¿qué quieres?, ¿acaso tienes o te pasa algo?..."
La respuesta suele ser ingeniosa, defensiva, pícara y oportunista. Siempre tiene la coartada de si se está orinando y lo otro, cuando en la mayoría de las ocasiones su reinvindicación se reduce a que la saque de una cama desde la que no se puede levantar, y sea la silla salvadora que sí le permite su autonomía, la que le redima de sus impotencias no asumidas. Lo que le fastidia a mi madre todas las mañanas, es que otros hayan de decidir su horario. Éso, no lo aguanta ...
En la silla, ya es otra persona, y entonces el velo de una cortina de luz logra abrirse entre su lamento. Desde la silla libre, mi madre ya puede pensar en si me saca inadecuadamente del sueño y descanso reparador, y en otras cosas más. Por ahora, es lo que hay ...
Mi madre desea ser toda la madre mía del mundo, hasta el último momento de su existir. ¡A la vejez que le vayan dando! ...
Pero ella sabe que yo soy su hijo, y que estas cosas no me las debe hacer. Entre otras cosas, porque quiere haciendo de mi madre, ahora, atrás y siempre.
Por éso, cuando hoy la he sacado al Jardín Botánico de mi Valencia del alma, me ha visto un tanto taciturno y un poco cansado. Falto de sueño, y poco dado a mi risa     y    cachondeo    habituales. ¡Ah, la fuerza que da el humor! ...
Mi madre me preguntaba si no había visto al señor Antonio, o a las chicas que cuidan a  los ancianos, o si iba a jugar con la fricción de los litos o piedras, y le sabía mal a la mujer   que estuviese allí quieto en el banquito del jardín junto a élla, cuando es consciente   de    mi  rebosante vitalidad habitual, y de que nunca puedo estarme quieto ...
Sí. Mi madre. Mi madre sale de su rabieta, y me hace sentir que el verdadero hijo al que hay que proteger en toda esta historia, soy yo. Sí. Su niño ha de ser preguntado, animado   e  inquerido. Su José Vicente ha de estar traviesón, haciendo risas y bromas, y buscando entre las flores las sonrisas mágicas de las mujeres habituales con las que concido en el citado Jardín.
Esa característica, es una grandeza y un hándicap en mi tesoro materno. Que, élla quiere ser eterna, dominadora, la que marca los tempos, la Von Karajan de las situaciones, y la   que  nunca aceptará los naturales relevos.
- ¡AY, MI MADRECITA! -

0 comentarios:

Publicar un comentario