miércoles, 20 de julio de 2011

- SENECTUD INEVITABLE -



"Mamá, ¿y por qué no te levantas de una vez de la cama, que llevas desde ayer a las diez de la noche acostada, y son las nueve y media de la mañana y veo que aún no haces nada por levantarte?"...

Mi madre me mira levemente. Luego, se da la vuelta y se dispone a dormir nuevamente, pero ella sabe que lo más importante es que yo esté a su lado, porque entonces es lo mejor que puede sucederle por ahora.

"¿No sabes ni en el día en el que estás, madre?, ¿me preguntas que qué día es hoy?, ¿no te das cuenta de que esto es desconcertante para mí?"...

Mi madre Carmen, sonríe como lo haría una niña traviesa de ocho años. Muchas veces me dice mentiras para probarme. Y otras muchas, me doy cuenta de   que   su   demencia  va ganando severo espacio a su cordura. Sí. Es muy duro ver cómo mi madre va tirando  la toalla y desmoronándose... ¿Sin venir a cuento? ¡Qui lo sa! ...

"Pero, mamá, ¿es que no te das cuenta de que has de pasear como te dice el médico, que no le haces ni caso? ¿Por qué no quieres que bajemos a la calle durante unos veinte minutos   o media hora para hacer el paseo matutino y saludable, mujer?, ¿cómo que dices que no sabes qué es pasear y que eso de pasear no te gusta, cuando toda la vida has andado y andado con una vitalidad que has dejado asombrados a todas las personas que te conocen, joder?"...

No parece ella. Antes era un ciclón poderoso de mujer vital y con carácter. Los esfuerzos eran como su juego preferido. Caminaba hasta el Mercado Central y volvía hacia su zona de la Gran Vía valenciana, más fresca que una adolescente, a pesar de cargar con el carro de la compra.

"Pero, ¿cómo es posible que hoy no recuerdes cuál es tu nombre, si sabes que es Carmen y que hoy es tu santo? Y, ¿por qué ya no quieres ir a misa los domingos, cuando eres creyente y siempre has ido?, ¿qué demonios te sucede, caramba?"...

Que tiene 85 años. Éso le sucede. Que su familia no la visita porque no es cómodo estar cerca de los viejos. Porque no la quieren. No va a misa porque le vence la pereza, y porque sabe que todos sus ruegos y súplicas a los Santos que siempre hacía, parecen haber quedado en agua de borrajas.
A la senectud de mi madre, le falta ilusión. Le falta chispa y hasta chochez vitalista. Pero yo no pienso cantar victoria así como así. También me haré y seré un viejo. Y querré que haya alguien cerca de mí.
- ¡SEGURO! -

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