Son ahora las cinco de la tarde, y mi hermano sigue enfrascado patológicamente dentro de una extraña siesta. En el interior de su habitación y acostado sobre una sucia y descuidada cama, mi hermano y sus cincuenta y un años, siguen oliendo a absoluta derrota personal.
Pocos podrían sospechar lo que hace mi único hermano. Muy poca gente podría deducir, que su vida es una pura apariencia laboral y embustera. Que, todo es mentira en una vida que no lo es tal.
Trabaja de lunes a viernes en un despacho de una prestigiosa gestoría, y de auxiliar administrativo, quizás porque no se puede ser de menos relevancia. En el ámbito laboral, mi hermano construye su semanal válvula de escape, para así no tener que encontrarse consigo mismo.
Y cuando llegan los fines de semana, comienza su particular calvario. Elude como buenamente puede todos sus compromisos sociales, desconecta el teléfono móvil, y se dispone a efectuar lo único que realmente le interesa y que no es otra cosa que no querer ver a nadie.
Y, se pasa durmiendo, como en un sueño extraño, las horas muertas. En ansiosa espera, de que llegue un nuevo lunes, y el acceso a su vida laboral le saque del tedio y de su desafortunada rutina personal.
Si algún día decido llamar a alguien de los servicios sociales para que ayude y dé presencia y vida a nuestra madre, deberé lograr que dicha persona no penetre en la habitación de mi hermano, o pensará que en realidad viene a cuidarle a él.
Sí. Porque su habitación está sin hacer, toda la ropa está tirada de cualquier manera por todo el habitáculo, y es evidente que su profunda patología mental muestra una cronicidad alarmante, a la par que penosa.
Mi hermano, sigue dormido. Y no quiere ser social. Ni se plantea unas vacaciones ahora que es cuando toca, ni nunca jamás. El reunirse en grupo con los demás, el socializarse, le exige unas condiciones y reglas de juego que él no está dispuesto a cumplir. Sufre demasiado en los grupos, por su paulatino aislamiento. ¡Pobre hombre!
Pero, lo anterior, con ser patético y terrible, no es lo peor. Su gran drama que le da epicentro a su pesadilla personal, es que no se entera ni es consciente de lo que le sucede. Que, no pide ayuda. Que, asume su derrota con la extraña resignación de quien nada entiende, y de quien nada bueno puede esperar ya de los demás. Su enorme agresividad, es su verdad. Tiene tanto miedo, que decide seguir dormido.
- ¡LEVÁNTATE, HERMANO! -
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