jueves, 13 de enero de 2011

- CON LA MANO EN LA BOTELLA -

Recuerdo mi infancia. Aquella terrible tensión, y sin salir de la casa de toda la vida. Mi terrible y enfermo abuelo paterno, Emilio. Los ataques constantes y las tensiones entre las personas moradoras de aquella casa que era mi familia. Era la una de la tarde. O quizás las doce. No lo recuerdo bien. Lo que sí que recuerdo son los insultos terribles que mi abuelo le tiraba a mi madre. Todos los días la insultaba, así como a mi abuela materna. Mi abuelo Emilio insultaba y provocaba igualmente a mi padre, pero éste, hacía como que no le hacía caso y aparentemente pasaba de él. Aquel día fue muy duro. Como tantos otros días. Lo que pasa es que se ve que al abuelo Emilio le había atacado especialmente el asma que padecía, y necesitaba liarla. Mi madre tenía poca cuerda, y cuando las cargas de tensión permanente la desbordaban, perdía los estribos y respondía a los insultos del terrible y amargado tipo. Hasta que, casi de repente. Sí. Porque para mí y para mi hermano,-que entonces tendríamos cinco o séis años-, lo que pasó fue inesperadamente de repente. Mi abuelo provocó a mi madre una y otra vez. Y esta vez dió un paso más en sus ataques, haciendo ademán de cogerla del cuello, más que nada para ponerla a prueba. Y entonces mi madre asió con su mano una botella de gaseosa creo que era, e hizo ademán de rompérsela en la cabeza desde su tremenda desesperación. Mi hermano y yo, debimos intuír lo peor. Y debimos decidir no ver el espantoso espectáculo. En el momento en el que mi crispada madre y con la botella en la mano hacía ademán de arrearle al viejo canalla, los niños corrimos llenos de espanto y nos refugiamos en los bajos de un gran armario. Una vez allí, debimos rezar para que nada grave ni leve sucediera y apretamos los dientes angustiados. Hasta que, finalmente, y cuando percibimos que ya todo había terminado, entonces volvimos a salir de debajo del armario protector, entre tristes, desolados y aliviados. Ahora, seguían insultándose. Pero ya, en la distancia. El viejo, agazapado en el interior de su cuarto, soltaba alguna risita provocadora y para tensar los nervios de mi madre. Y mi madre, rota por la desesperación, le amenazaba e insultaba diciéndole que si volvía a hacer ademán de cogerla del cuello, entonces lo mataba. Mi abuela materna, trataba inútilmente de calmar a mi madre. Ni tan siquiera mi padre logró tranquilizarla al volver del trabajo a mediodía. Pero estoy seguro de que algo sí se rompió en aquellos niños asustados e impotentes. - YO, ENTRE ELLOS -

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