miércoles, 18 de mayo de 2011

- EL BUZO -



Jonás Farrell se disponía a disfrutar de su tiempo de ocio. Le fascinaba el mar y la belleza de sus misterios seductores e inigualables. Sumergirse en el interior    de   una   profundas  y procelosas aguas, era para Jonás un verdadero placer.
Aquel caluroso día de verano, y como de costumbre, Farrell se dirigió a un estratégico lugar, ancló su pequeña lancha, se calzó su traje de buceador, se colocó una botella de oxígeno, y no lo pensó dos veces. ¡Al agua! ...
Aguas de un  Océano Índico llenas de sorpresas, belleza y libertad.    Farrell   descendía  complacido, y el panorama que observaba no podía ser más grato. Fondos abisales de postal atractiva, y de estampa de foto inolvidable. Tonos de color cambiantes, diversos, y  siempre bellísimos. Libre, libre..., ¡libre! Toda la libertad y el placer embargaban al buzo.   No    se  asustaba ni con la profundidad, ni con los evidentes peligros que aquel   lugar    sin    duda  proponía.
En absoluto. Jonás Farrell no temía ni a los tiburones, ni a cualquier elemento   vivo    que  pudiera traerle negatividad o problemas a su tiempo de disfrute. Y así era, cómo el hombre, nadaba y nadaba a placer, disfrutando como lo haría con niño con una pelota nueva y llena de juegos imaginativos y personales.
Hasta que, al cabo de un tiempo determinado, Jonás entendió que estaba consumiendo   el  oxígeno de la botella, ya que era cosa de empezar a subir y de ascender a su lancha   base,   desde la cual se había sumergido.
Y comenzó a subir. Y a medida que lo hacía, notaba que todo variaba y negativamente.   El  agua, aparecía como en tonos negruzcos y sucios, y la visiblidad y todo el brillo daban paso a una rutina visual de niebla y mediocridad. Gris y más gris.
Y cuando se hallaba Farrell a escasos metros de su lancha, pudo   ver    cómo  decenas    de  tiburones le esperaban relamiéndose y en torno a dicha lancha. Era evidente. Volver a salir del agua no le iba a resultar fácil. Porque cuando el hombre trepaba desde abajo,     los  tiburones se lanzaban  hacia él intentando disuadirle de su acción. Querían que se le terminara su oxígeno, y que pereciera ahogado.
Mas Jonás Farrell tomó entonces una decisión, que asombró incluso a los feroces escualos.Sí. Jonás volvió a descender. A ser feliz. Nada le importaba perecer, dado que sus botellas    de oxígeno iban lógicamente a vaciarse y a caducar.
Lo importante era que Jonás volvía a ser feliz, a encontrar en el abismo del agua a la amistad de los colores bellos, y a una fauna amiga y maravillosamente atractiva para los sentidos.
No. Jonás no era un resignado suicida, sino alguien que solo deseaba gozar del vital  marco  auténtico de su posibilidad real.
-Y MURIÓ FELIZ-

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