Jonás Farrell se disponía a disfrutar de su tiempo de ocio. Le fascinaba el mar y la belleza de sus misterios seductores e inigualables. Sumergirse en el interior de una profundas y procelosas aguas, era para Jonás un verdadero placer.
Aquel caluroso día de verano, y como de costumbre, Farrell se dirigió a un estratégico lugar, ancló su pequeña lancha, se calzó su traje de buceador, se colocó una botella de oxígeno, y no lo pensó dos veces. ¡Al agua! ...
Aguas de un Océano Índico llenas de sorpresas, belleza y libertad. Farrell descendía complacido, y el panorama que observaba no podía ser más grato. Fondos abisales de postal atractiva, y de estampa de foto inolvidable. Tonos de color cambiantes, diversos, y siempre bellísimos. Libre, libre..., ¡libre! Toda la libertad y el placer embargaban al buzo. No se asustaba ni con la profundidad, ni con los evidentes peligros que aquel lugar sin duda proponía.
En absoluto. Jonás Farrell no temía ni a los tiburones, ni a cualquier elemento vivo que pudiera traerle negatividad o problemas a su tiempo de disfrute. Y así era, cómo el hombre, nadaba y nadaba a placer, disfrutando como lo haría con niño con una pelota nueva y llena de juegos imaginativos y personales.
Hasta que, al cabo de un tiempo determinado, Jonás entendió que estaba consumiendo el oxígeno de la botella, ya que era cosa de empezar a subir y de ascender a su lancha base, desde la cual se había sumergido.
Y comenzó a subir. Y a medida que lo hacía, notaba que todo variaba y negativamente. El agua, aparecía como en tonos negruzcos y sucios, y la visiblidad y todo el brillo daban paso a una rutina visual de niebla y mediocridad. Gris y más gris.
Y cuando se hallaba Farrell a escasos metros de su lancha, pudo ver cómo decenas de tiburones le esperaban relamiéndose y en torno a dicha lancha. Era evidente. Volver a salir del agua no le iba a resultar fácil. Porque cuando el hombre trepaba desde abajo, los tiburones se lanzaban hacia él intentando disuadirle de su acción. Querían que se le terminara su oxígeno, y que pereciera ahogado.
Mas Jonás Farrell tomó entonces una decisión, que asombró incluso a los feroces escualos.Sí. Jonás volvió a descender. A ser feliz. Nada le importaba perecer, dado que sus botellas de oxígeno iban lógicamente a vaciarse y a caducar.
Lo importante era que Jonás volvía a ser feliz, a encontrar en el abismo del agua a la amistad de los colores bellos, y a una fauna amiga y maravillosamente atractiva para los sentidos.
No. Jonás no era un resignado suicida, sino alguien que solo deseaba gozar del vital marco auténtico de su posibilidad real.
-Y MURIÓ FELIZ-
0 comentarios:
Publicar un comentario