En el bosque apresurado de la imaginada isla de Pasword, no hay tanta soledad o silencio como parecería inicialmente, al tratarse de un lugar deshabitado y tan lejano, al que los mapas no ayudan apenas a su localización.
En este lugar, vive desde hace años Gorge Lefs, náufrago inopinado de una embarcación de lujo, la cual sucumbió desde estos mares imposibles, camino del cansancio administrativo y de la desilusión policial de la esperanza.
Nadie sabe qué fue de George Lefs, ni en dónde está, ni hay un interés social de localizarle, ni ningún país o ser humano saca la cabeza para indagar por su ser o estar. Oficialmente , George Lefs está desparecido, posiblemente muerto a consecuencia de un meteoro devastador el cual hizo añicos su desaparecido navío, y toda su cuestión ha desaparecido y absolutamente, en medio del archivo derrotado de la exclusión.
Y mucho menos nadie puede sospechar, que Lefs está vivo, que lleva años esperando que alguna nao pase a auxiliarle, y que en la isla de Pasword también hay vida. Que, incluso, la isla de Pasword vive y existe.
Todavía menos puede imaginarse ni intuírse, que George Lefs tiene exactamente en el interior de uno de los bolsillos de su gastado pantalón y protegido por un plástico, los planos de un increíble tesoro.
Si consiguiéramos llegar hasta Lefs y tomarle el papel en donde se halla el plano de su gran tesoro, nos encontraríamos más de una sorpresa.
Y, sabríamos, que el tesoro del náufrago no es otra cosa que el lugar exacto en donde vive una maravillosa y millonaria mujer de Nueva York, la cual le tiene más loco aún a George que sus dramáticas condiciones actuales de supervivencia. Su chica, mora y reside en el neoyorkino distrito de Queens.
También en la remotísima y olvidada isla de Pasword, anida un amor. El amor. Porque para George Lefs, el que le salven, no solo es que le localicen y le devuelvan a la vida y a la civilización. Sino que, más allá de todo ello, el único habitante humano de Pasword, lo que desea, es volver a ver a Monique Farr, a amarla, a tocarla, a gozar de nuevo de su amor, a verla sonreírle nuevamente, y sencillamente, a recuperarse y salir del drama de su dolor personal.
Lo que hace que George sobreviva años en la isla perdida, es el recuerdo y la idealización deseosa de su Monique, de sus labios, de su cuerpo, de sus manos, de su femineidad, de su belleza, de su atractivo, y de toda la estrella de su ser.
-IMAGINA Y SUEÑA-
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