Carles Puyol anunció que deja el FC Barcelona al acabar la presente temporada tras quince años de fidelidad a su club, y a consecuencia de sus problemas con las rodillas. Ya es veterano, y los años nunca perdonan a nadie. Se ve que ya asume seguramente de mala gana sus límites, pero se da cuenta de que la gran competición exige unas calidades que él ya no puede ofrecer. Se va el gran capitán y el gran defensa. Todo un histórico gladiador del Barça, de España y del fútbol europeo y mundial. Muy grande, Puyol ...
Las primeras imágenes que me vienen al recuerdo de este enorme crack son de cuando era un joven espigado que jugaba en el Barcelona B con todos los juveniles. Era alto y delgado, corretón y potente. Poco después, hacía ya sus primeros pinitos con el primer equipo, en el cual lo ganaría absolutamente todo. Del campo vacío, al gran Camp Nou ...
El gran tarzán. El gran "Puyi". El hombre de hierro. El defensa combativo, testarudo y eficaz. El largote y musculoso, que nunca sabía reducir la tensión. El zaguero con carácter y con visión de fútbol tradicional y de siempre. Porque para Puyol el fútbol era y será una cosa de estar en el campo y correr más que los demás, y que no se vayan, o que no se te anticipen, y que no te metan un gol. ¡Por dios! ...
Y si te lo meten, no cabrearte demasiado. ¡Seguir! Seguir y seguir hasta que lleguen las oportunidades. Porque Puyol era un portento físico que jugaba con una aplastante lógica y con una desaforada pasión y convicción. No daba un balón por perdido, no conocía el miedo, y se jugaba el pellejo ante todos los balones y todas las distancias.
Con su larga melena y personalidad, el gran jabato recordaba a Migueli y a todos esos centrales duros y expeditivos. Toscote y con escasa técnica, fue capaz de asombrar a todos dado que era un ganador y así entendía el fútbol. Sencillo, sin cortapisas y triunfador. De llevarse el gato al agua. Saliéndose con la suya.
Un jugador aparentemente del montón, subía al primer equipo del gran Barcelona y a la misma Selección Española. Es decir, que era un irreductible. Se podía ser heterodoxo a los tiempos y poco mediático, y a la vez un superclase capaz de anular a cientos de delanteros peligrosos y adversarios eternos. Su convicción, unida a sus enormes facultades, le bastaron y sobraron para trazar un carisma en el campo. Era un trabajador insaciable, obediente, y se adaptaba a cualquier situación defensiva. No hemos sabido bien en qué lugar de la defensa jugaba Carles Puyol. Pero todos concluíamos en que este hombre tenía que ser el cierre y la seguridad. El titular indiscutible y de fiar. Una auténtica mosca cojonera. Una lapa. Un guerrero ganador y capaz de ejercer el liderazgo en el campo de la lógica del juego del peligro en su área. Puyol, como todos los grandes defensas y porteros, han de mandar atrás y lanzar su grito de atención. Abroncar sin estridencias, y saber que perder la concentración es un craso error cuando se es defensa.
Bravo y apartado del circuito mediático, el mito del gran Puyol alcanzó cima con aquel maravilloso cabezazo de gol a Alemania en el Mundial ganador de Sudáfrica 2010. Esa es la gran imagen de un tío valiente y con dos bemoles. Un fantástico tocahuevos y anulador de delanteros irónicos y desafiantes.
Puyol no solo fue grande por su físico rutilante, sino por su idea del fútbol fácil y de siempre. Porque sabía que jugar ahí atrás suponía ser un obrero permanente con mono de faena. Salir sucio del campo con olor a sudor y a verde césped. Un hombre honrado y sin dobleces. Un enorme futbolista que ya se retira y que nunca hallará substituto. Porque su personalidad solo siempre será especial.
¡GRACIES, CAMPIÒ!
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