Ya se nota. En mi Valencia ya huele a Fallas, a pesar de que aún falta una semana larga para que toda la gran locura festiva dé comienzo.
Ya se ven a los primeros puestos que ofrecen buñuelos de calabaza, churros, horchata, y por supuesto toda la paella habida y por haber. Es el imperio del sol. No hemos tenido invierno en este lado del Mediterráneo español, y ya se acerca todo. Los petardos, comienzan a salir de su entierro. Y todos los días, a partir del 1 de este mes, la gran convocatoria está en la Plaza del Ayuntamiento. Porque a esa hora y a las dos en punto de la tarde, comienza la tradicional y ensordecedora mascletà. Cinco minutos de explosión e intensidad desbocada.
El tópico y la tradición se cuelan entre los recovecos frescos de toda la ciudad, y el clima envidiable desnuda hacia la manga corta, y aparece el paseo y el gentío, la masa, y el mundo fallero que todo lo acabará envolviendo.
Ya hay muchos turistas ansiosos sobre mi ciudad. Agrada caminar y gastarse las suelas de los zapatos. Todo es como una eterna primavera con sequía de escándalo. Valencia es la Canarias peninsular. El refugio del sol, y la excitante tentación de la mediática y hasta recurrente playa de La Malvarrosa.
Todo será una loca excusa. Los aventureros y los inevitables. Valencia enciende su potente maquinaria de clima, fiesta y buen rollo. Las calles comienzan a quedar cortadas por las carpas que las diferentes Comisiones falleras instalan por toda la gran ciudad. Los taxistas y todos los conductores están empezando a fruncir el ceño. Ya no se puede pasar por ahí, y por allá casi que no, y ya veremos cómo estará de libre la próxima calle ...
Los negocios del turismo, se frotan con cierta lógica las manos. Los del tiempo anuncian una y otra vez que aquí no va a llover y que las temperaturas ya se ubican en toda la cresta de la niña Primavera. De hecho, Valencia ya es una primavera que rompe a hierba brillante y a flor en eclosión. Aquí ya ha llegado para siempre el clima ideal y la calle abierta pide paso. ¡A salir por ahí! ...
Los valencianos que soportan bien el ruído ya anhelan que todo cambie y que los grandes monumentos se planten majestuosos. Que la Fiesta se pegue al oído de la realidad evidente, y que salga el sol por donde sea. ¡Ya! ...
Será la puñetera crisis, las malas caras que nos pone el dinero, o lo que haga falta. Pero Valencia necesita esta catarsis liberadora. Ya sabéis casi tod@s que las Fallas son, con los Sanfermines de Pamplona, la cosa más sexy y libre en el panorama español. Es nuestra locura valenciana que ya imprime las peinetas de las falleras o los típicos trajes barrocos valencianos. ¡Vivan los blusones! ...
Todo está empezando a valer en mi ciudad. Todo está preparado para un año más de luz y de aventura inolvidables. Ya se pueden ir los que no soportan ésto. Estar en Valencia los próximos días será un majestuoso gesto de obediencia inmediata en manos de la costumbre y el summo exceso. El desmadre absoluto.
Llega con olor a churro y chocolate la gran valencianada y el gran exceso. Un año más, el ridículo invierno de Valencia da paso a un calor punzante y de crema solar hacia las fechas de la primavera. El invierno se muere entre petardo y pasacalle, entre algarabía, multitudes, y todo el imaginativo desorden que semeja ordenado.
La Fiesta temida y asombrosa con olor a pólvora y estrépito. Esa fiesta que ya conocen orientales, guiris, y gentes de todas las latitudes, se prepara para erectar en breve.
¡AHÍ VA ÉSO!
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