En el recuerdo de mi torpe y apresurado crecer, te encuentras tú, Monique. ¡Oh, Monique! Siempre te recuerdo, y siempre te recordaré. No puedo evitarlo. Aunque sé que para tí nunca fuí una gran cosa, ahí queda mi recuerdo eterno. A veces las cosas se ponen inevitables, Monique. Quizás lo sospeches. ¡Qui lo sa! ...
Los primeros pensares que me vienen de tí, proceden de cuando coincidí contigo en una de las calles de la barriada de Patraix de mi Valencia. No te tomaba muy en serio. No te conocía. Solo me venían esbozos de tí; de cuando esporádicamente coincidíamos en los senderos de nuestra montaña dominical.
Recuerdo que charlamos un poquito. Que intercambiamos unas cortas frases, y que yo sonreía con curiosidad, y que tú, vaya a saberse por qué sonreías también. Nunca nadie podrá saberlo jamás. Quizás, ni nosotros dos podamos descubrir nunca ese secreto, Monique.
Ni siquiera sabía que te llamabas Monique, ni que nos veríamos con más frecuencia de la que nos vimos a posteriori, ni que pasarían las mil cosas que yo interpreté que pasarían más tarde, y que seguro que en tu recuerdo fueron empero bien pocas.
Lo que está claro, Monique, es que yo era un niño adolescente, y tú, otra ilusión juvenil. Aunque nuestra edad fuera otra bien distinta, admite Monique que por entonces no hacíamos otra cosa que crecer y crecer. Crecer mucho, y a gran velocidad.
Me gustabas, Monique. Y tras coincidir domingo tras domingo en la montaña, un día me armé de valor y te lo dije. Eras la cosa más maravillosa que en el mundo podía existir.
Pero, para tí, yo solo era uno más. Fue dura tu sinceridad cuando me lo dijiste unos días después. Y luego, llegó mi calvario. Muchísimos más domingos siendo rechazado por tí, Monique, en plena montaña, y yo soñando el dolor de la distancia con la ilusión absurda de un iluso. ¿No es en el fondo todo bien tierno, imposible Monique?
Ya no estás en mi Valencia. Ya no vienes. Pero el otro día te vi en una excursión, en las fotos que me mandan los amigos del sendero. Y, ¿sabes lo que hice? Pues, volver a sentir dolor, apagar el ordenador, y pensar que tú nunca exististe, y que yo fuí un perfecto bobo del capirote por tenerte con ternura en mi mente, Monique.
Luego, respiré hondo. Lo importante era el camino de la realidad. Y decidí quedarme con los bonitos recuerdos de tu sonrisa tímida y achinada, y desechar todo lo que significa la palabra imposible. Imposibles tus labios, tus manos, tu pequeño aunque fuerte cuerpecillo, el amor no correspondido, y los desencuentros, frutos de un azar demasiado maduro para mi ilusión adolescente.
-ASÍ ERA YO, MONIQUE-
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