María regresó a su pueblo natal. Acababa de cumplir cincuenta y séis años, y deseaba con su nueva ubicación geográfica, iniciar un nuevo ciclo renovado de su vida.
Sus hijos ya tenían su propia vida, y finalmente se había separado de su marido, al cual hacía ya décadas que no amaba.
Sí. María quería volver al pequeño pueblo de su cuna. Y la idea era recuperar los olores, las sensaciones de antaño, y el deseo de dejar a toda costa la enorme e inhumana ciudad.
Pero, a medida que iban pasando los días de estancia en su pueblo, una sonrisa de franca desilusión se iba dibujando en el rostro de la mujer. Su pueblo, ya no era aquel pueblo tan entrañable y propio. O, al menos, así lo sentía y percibía María. En efecto, todo era como en la ciudad. Apenas había calor, afecto, cercanía o deseo de comunicación. Demasiado frío.
María era una ilusa. Necesitaba pensar, que un cambio de paisaje era un cambio de afecto. Mas se equivocaba. Ni tan siquiera se dirigían a ella, ni los mas viejitos del lugar. A pesar de que habían conocido y tratado antaño a sus padres, a ella la tenían como a una forastera. Como a una extraña, lejana y hasta anónima. ¿Decepción? ...
Cuando, cierto jueves, María se disponía a cerrar la idea de regresar de nuevo a la ciudad, escuchó unos golpes de timbre en la puerta de su casa. Se trataba de un vecino de su misma edad, pero que ella apenas recordaba. Por eso es que María le recibió no sin una cierta y comprensible frialdad inicial.
Dijo María: - ¿Quién es usted y qué desea, caballero? ...
El hombre, sonrió levemente, y respondió: - ¿Ya no te acuerdas de mí? Soy Luís ...
- ¡Anda! Es verdad. Es cierto. Tú eres Luís, pasa, pasa ...
Luís había sido novio de juventud de María. Estaba ya viejote, y su apostura e innegable atractivo de antaño, parecían haber pasado a mejor vida.
Ambos dos, hablaron y hablaron sobre sus experiencias vitales y muy largamente. Al terminar de charlar, hubo consenso de paradigma. A ninguno de los dos, les gustaba estar en el pueblo. Y Luís, ahora viudo, le confesó a María que solo deseaba alejarse de allí. Que no aguantaba aquéllo, y que en el ciudad, por lo menos, habían mejores servicios y muchísima más gente con la que poder compartir peripecias y vivires.
- ¿Te vienes conmigo a Madrid, María? ...
- Déjame pensarlo, Luís, ¿vale?..
Pensado, y hecho. Tres días más tarde, la pareja abandonaba aquel frío pueblo. La ciudad les esperaba, lo urbano, el asfalto y lo capitalino. Y, cuenta la leyenda, que juntos recuperaron unidos el amor.
-BENDITA LEYENDA-
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