domingo, 3 de abril de 2011

- LA COMUNICACIÓN -

Para comunicar el fallecimiento de alguien, se necesita ser de una pasta especial. No todo el mundo está capacitado para emprender este cometido, y más, con la entereza y profesionalidad debida.
El capitán Julian Marchs, a pesar de su veteranía, nunca acababa de acostumbrarse a estos malos y penosos tragos. Ahora, su misión era comunicar a la viuda del finado soldado americano Tom Hemcks, que su esposo había muerto en acto heróico en el lejano Irak.
Cuando, finalmente, Julian Marchs golpeó con los nudillos de sus dedos la puerta en donde moraba y residía la citada viuda, tenía un nudo en el estómago.
- Buenos días, ¿es usted Bárbara Minsk?...
- La misma, capitán. Y supongo que no trae buenas noticias para mí, ¿cierto?...
La tal Bárbara era rubia, alta, delgada y exhuberante. Sus piernas-, que no podía esconder su minishort-, eran largas e interminables. Su rostro, estaba coronado por unos maravillosos ojos azules, y si uno se fijaba en su pronunciado escote, podía entonces intuír unos bellos y poderosos senos.
El capitán Julian Marchs decidió responderle a Bárbara:
- Siento decirla, que su esposo Tom Hemcks ...
- No siga, capitán. ¿Ha fallecido, verdad? ...
- Me temo que eso es así, señora ...
Bárbara le dijo a Julian que nunca en su vida iba a alegrarse de la muerte de nadie. Pero, que su marido era o había sido, el tipo más ruín que jamás pudo haber conocido. Que, el fallecido, la vejaba, abusaba de ella, la pegaba, maltrataba de toda manera, y mil cosas terribles más ...
- Pase, y le prepararé un café?, ¿hace, capitán? ...
- Bueno, Bárbara... Si se empeña usted ...
La viuda y el capitán tomaban el citado café, y el militar miraba a la mujer un tanto atónito. Élla, se le acercaba más y más, y sus rodillas estaban pegadas a las suyas.
- ¿Es usted casado, Julian? ...
- Separado, señora ...
- Mejor. Je, je, je, je ...
- Pero señora, yo vine aquí a comunicarle una muerte y...
- Y lo ha hecho, Julian. Y, muy bien, por cierto. Pero si tiene prisa, puede irse ya ...
- No tengo prisa, Bárbara ...
Una semana más tarde, Julian y Bárbara se comunicaban su mutua atracción. Y tenían su primer encuentro íntimo. Y la vida seguía sorprendiendo a todos. Bárbara guardaba luto riguroso, pero tras sus gafas de sol había alegría excitante y atracción alegre. Y entre las paredes de la casa solo podían oírse palabras de amor, pasión y esperanza de futuro.
- ¡POBRE FINADO! -

0 comentarios:

Publicar un comentario