Sí y sí. Semana Santa. Vacaciones. Son demasiados días todos juntos trabajando sin descanso y con alguna pausa como el fútbol o los amigotes. Pero, éso, toca ya a su fin.
Salgo a las tres, jefe infecto. No te veré hasta la otra semana de allá, que es cuando Cristo haya resucitado de entre los muertos. Como yo, que también me dispongo a resucitar de entre mi rutina cotidiana. Voy a vengarme. ¡Maldita sea! Je, je, je, je...
Ya estoy oliendo las tres de la tarde, que es cuando salgo de la oficina. Tengo mucho estrés. Estrés, de las tres. Mucha ansia, y mucha vida. Pero lo que voy a tener a partir de ahora, es tiempo para mí, solo para mí, y nada más que para mí.
Y voy a hacerme inexistente e ilocalizable, y estoy por coger el móvil y tirarlo por la ventana. No quiero estar. Ahora toca mi particular vendetta. ¡Jodeos!
Toda la semana que viene, de vacaciones. ¿Es mucho? ¡Noooo! Es, poquísimo. Es lo que hay. Lo que toca. La mía. Sí. Es la mía. Cogeré el coche que tengo ahí aparcado como buenamente he podido esta mañana, cerraré los ojos, y entonces amaneceré en la galaxia de mí y de mi libertad. Y entonces me van a dar igual todos los atascos del mundo. Y agarraré la primera carretera de segundo nivel y más tranquila que vea, y escaparé como un pirata hacia mi sagrado botín de relax. Ya era hora. ¡Coñe!
Que, ¿a dónde voy a ir en estos días de vacaciones de Semana Santa? Este es el craso error. Me importa un pito. No he planificado nada. Exactamente, y cuando esté en la carretera secundaria y escondida, será entonces cuando decidiré mi destino bien voluble y caprichoso. A mí no me planifica ni Dios mi tiempo libre. Faltaría más.
Es la mejor noticia. Nada planifico. Todo surgirá, como dicen los budistas. Fluirá. Empezaré mi mejor aventura. Iré a donde me plazca y me dé la gana. A bordo de mi otro yo, que es mi coche, surcaré pueblos, villas, valles, praderas, pasos, y ciudades imposibles. Y, sobre todo, ¡soñaré!
Y seré feliz, ¡joder! Y gozaré de mi tiempo sabio y de limón. Y nadie me mandará nada. Y yo le diré a un camarero el tráeme ésto y el tráeme lo otro. Seré el jefe de mi vida. Ahora me toca a mí ser el rey del mambo. Como en un hipotético carnaval, mando ahora yo aunque sea por unos días. Benditos días.
Y voy a hacer todo lo prohibido y lo que no me dejan hacer el resto del año. Respiraré aventura y tiempo libre. Dormiré y seré descuidado hasta caerme de culo. Estaré con quien me nazca estar, y decidiré yo todos los afectos. Moriré de felicidad y de ilusión, caminaré como un campeón por senderos abruptos pero elegidos, y llamaré a María por si tiene a bien el invitarme a un café aunque ella esté a centenares de kilómetros. Y a ver si tiene valor para decirme que no, ¿ein?
-LO NECESITO-
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