Mas Tom Bruns decidió no hacer caso a nadie. Parecía ser un tipo con ideas claras y conceptos bien asentados y convencidos. Finalmente, adquiríó la casa, y se dispuso a pasar allí la primera noche, ante el estupor y el asombro de todos sus vecinos. ¡Temerario!
Tom abrió la puerta de la casa, penetró en el lugar, y se sentó durante unos minutos en una de las sillas. Pero, en seguida, se levantó y se dirigió hacia las ventanas y el balcón. Allí dentro olía mal. No era un olor habitual. Ni siquiera extraño. Era un olor cargante y distinto. Nunca había experimentado un aroma como aquel. Y, desde luego, no era nada agradable ni acogedor. Por todo lo contrario, en aquel sitio olía a tensión y a una cierta asfixia. Era, como si faltase el oxígeno básico de la libertad y de la felicidad.
Por éso, Tom abrió todas las ventanas y el balcón, y de par en par. Y se percibió inicialmente una gran tensión y resistencia en el lar. Era, como si el aire puro del exterior y de la vida, se negara a introducirse en el hogar, por temor a algo o a alguien. Como si un tapón extraño, atorara la presencia de la luz y del oxígeno.
Mas, Tom Bruns, era testarudo y nunca se daría por vencido, a pesar de que durante tres días no se sentía bien allí. Algo pasaba, que escapaba a su comprensión. Pero el hombre no tenía miedo de que alguna fuerza diabólica fuese a hacerle daño. El hombre tranquilo, parecía hecho de una pasta especial.
Al cuarto día de estar en la casa, Tom notó que ya entraba el aire. Que, el polvo se rendía, y que toda la luz se comía igualmente a todos los recovecos de la estancia y del misterio de la angustia y de la tensión. Era como si los espiritus hipotéticos del miedo y de la maldad, se estuvieran rindiendo, y abandonándose hacia la mudanza a otros lugares más propicios para la no vida.
Tom puso música alegre, pintó la casa de blanco color, y la llenó de plantas. Y siempre mantuvo las puertas de las ventanas, francas y abiertas. Y poco a poco, la casa se llenó de magia y atractivo. Sin saberlo, Tom, con su audacia, estaba limpiando el lugar de negatividad, y llenándolo de magia positiva, irresistible y natural.
Y un día, una mujer rubia llamó a su puerta. Quería, sal. Pero solo era una excusa. Las mujer deseaba entrar en aquel lugar, verle, y charlar con él. Intuía la fémina, que ahora aquella casa era un lugar amable y de goce.
-Y FUE MUY BIEN RECIBIDA-
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