viernes, 16 de julio de 2010

- ¡ "CALLA, ABUELA" ! -

Es de mi recuerdo, que bien cerca de la calle en la que siempre he vivido, sucedía algo bien curioso y entrañable.
Era la calle Lepanto de mi Valencia, bien cerca del Jardín Botánico, una calle de barrriada tradicional como lo son casi todas las que componen gran parte de mis recuerdos infantiles. Calle Borrull, Lepanto, Dr. Peset Cervera, Turia, Botánico, Dr. Montserrat, etc.
En dicha calle Lepanto y cerca de un modesto bar que se llamaba "Aquí me Quedo", todos los días del año se oía un potente sonido. Era el que emitía un curioso y enorme loro, que estaba dentro de su jaula colgada dentro de un balcón exterior.
El sonido que lanzaba el ave, llamaba la atención especialmente,-estoy hablando de los años 70-, de las amas de casa que caminaban con sus carros y bolsas camino del Mercado Central, o del más cercano Mercado Rojas Clemente.
Como el loro insistía y no paraba de chillar, las señoras alzaban su cabeza para encontrarle. Y cuando le divisaban en lo alto de aquel balcón, trataban a su manera de juguetear con él, sabedores de que los loros imitan muy bien la voz humana.
Y dirigiéndose al animal, la decían toda clase de lindezas y expresiones cariñosas. Que si, "¿qué te pasa, loro bonito?", "lorito guapo tú", "ay, hijo mío que no paras", y así toda la ternura de las mujeres de los años setenta. Contexto franquista y de mi niñez. Sociedad distinta y terrible.
El loro, parecía guardar estratégico silencio. Hasta que finalmente, y cuando veía que el grupo de mujeres se alejaba, y solo quedaban una o dos únicamente diciéndole cosas tiernas, entonces el gran y verde loro decidía sorprender, y empezaba a gritar hasta el paroxismo, el sonido que sus dueños pícaros le habían enseñado. Y podía escucharse con toda nitidez: "¡Calla, abuela!". Y , "¡calla, abuela!"...
Las mujeres se quedaban con la boca abierta y acababan riendo abiertamente. Y le decían: "Oye,lorito, ¡que no nos digas calla abuela!,¿eh?"...
La escena era entrañable. El loro, entonces ya no paraba de repetir la letanía pícara. Lo más gracioso era, cuando le abordaba una mujer que no le conocía o que no era de la barriada, y que al escuchar al loro, se ponía toda ruborizada y huía despavorida de allí.
Todos los que conocíamos al loro, no podíamos sino abrir una sonrisa ante la inédita e hilarante situación.
-FELICIDADES A TODAS LAS CÁRMENES Y CARMELOS-

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