domingo, 3 de febrero de 2013

- EL REGRESO -



Cuando anoche regresé de una cena, la cual celebra todos los viernes mi grupo Coral, sentí una alegría interior que miraba e indicaba el camino de la realidad.
E, inmediatamente, me vino al recuerdo de la evocación, una de las mil excursiones, cenas y viajes, que yo había cursado en el ayer. Nada que ver. Afortunadamente.
Sí. Recuerdo una vez que, en el coche de un senderista de mi antiguo grupo, allá que me lancé a la aventura desbocada de la fantasía y de las máximas expectaciones. Recuerdo que a bordo del vehículo, venía también un hombre bajito y fuerte, el cual no parecía sorprenderse demasiado de las cosas. Tenía mucha sensatez y vivencias. Yo, no tanto ...
El chófer del vehículo, se armó un lío. Se pasó de carretera, se desorientó, y fue incapaz de encontrar el pueblo denominado Cortés de Pallárs, que era el lugar indicado para que nos juntásemos todos los excursionistas e iniciar un día de caminata y naturaleza.
El conductor, era alto y fornido. Pero su madurez, estaba todavía por definirse. Los nervios le ganaban, se atolondraba, quería quedar bien con nostros dos, y hasta yo le propuse que se tranqulizara, y que aunque llegáramos tarde, que,-dado que los tres éramos fuertes-, podríamos intentar alcanzar al resto del grupo con el potente ritmo de nuestras zancadas.
No. Alfredo se llamaba el  muchacho del volante. Y, Alfredo, se rindió. Y nos dijo   que    lo sentía, que no lograba saber dónde se ubicaba el pueblo, y que definitivamente volvíamos a Valencia. A lo que el otro compañero del auto, decidió asentir y asumir con una tranquilidad que a mí me sorprendió negativamente. Y, a las once de la mañana, ya estábamos de vuelta. Mi frustración e incomprensión, eran más que evidentes.
El porqué de la evocación de aquel fallido intento de excursión campestre, tenía mucho que ver con mi actualidad. Han pasado ya muchos años de aquéllo, y ahora puedo ver y corregir mis aquellas extrañas expectativas. Yo era ambicioso, y no terminaba de comprender las situaciones. Afortunadamente, ahora la cosa ha cambiado. Puedo medir mejor lo que sucede, y ser acorde con la mejor y más inteligente actitud.
Como os decía, anoche vine de la cena del Coro, y la mejor noticia es que mis expectativas habían sido consecuentes. No había esperado nada específico, ni me hacía un insolente anhelo de fantasía. Esto era una cena, como aquello otro de Cortes de Pallárs había sido una adversidad hecha sin mala intención ni doblez.
Sí. La cena fue tranquila, respetuosa, y sin grandes fuegos artificiales. Porque la cena, somos todos. Dado que era la primera vez que acudía a tal cena ya que me acabo como quien dice de incorporar a dicha Agrupación musical, mantuve una actitud conservadora y atenta, cortés y natural, y en la que gocé de la compañía de gente normal y corriente cuya pretensión era estar allí y pasar un rato agradable en compañía. Ni más, ni menos ...
Nadie cantó, ni contó chistes, ni sonó la música, y nadie destacó por encima de nadie. Todos participaron con tranquilidad y libertad en la cita social, y al final las sonrisas denotaban que se había pasado bien y sin necesidad de los alardes o de las sorpresas excesivas.
Sí. No solo a través de la cena pude conocer mejor a mis contertulios, sino     que    pude conocerme mejor a mí mismo y medir mi realidad. Les respeté sus cosas, hablé como debe de hacer un novato, y no traté de destacar mis valores más excelsos y destacados. Lo que yo quería ser dentro del grupo, era uno más. Sin estridencias y con verdad.
Participé en la composición de las mesas y sillas, ayudé a disponer los platos y retirarlos cuando tocaba, y nunca olvidé que estaba a punto de ser aceptado y que de mí dependía.
La cena, era el inicio y la prolongación de un camino. El comienzo de un lugar   que    se  construye a base de mí mismo, la excusa perfecta para vivir la vida con elegancia y buena disposición, el sembrar la semilla de mi personalidad entre gente que no me conoce y que yo tampoco, y la idea de que no quiero que nadie me vea necesitado o menesteroso, imperioso o limosnero. Únicamente, normal. No es nada poco. Y me sentí más que recompensado y con los objetivos satisfechos.
-MI FUTURO DE MÍ-

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