Confirmado. No es para tanto. Falsa alarma. Publicidad engañosa procedente de culturas más fenicias que las centroamericanas, Expectación mediática. Éxito del rumor. Aceptación de la tragibroma. Como un cuento zombie de Halloween, con indio y taparrabos luchando contra otros pensares. Mayas, aztecas, toltecas, cóndores, Hernán, Malinche, Cabeza de Vaca,calendarios julianos, criollos, cristianos, históricos, e imaginativos. Imperio de pirámides esotéricas que parecían mirar al cielo en busca de naves nodrizas prehistóricas y hasta arcáicas. El misterio del sol y de la muerte en el almanaque curiosón de la gran Navidad. Rigor de mercadillo y de sonrisa adolescente. Cuentacuentos eficaz.
No. Afortunadamente o irreversiblemente, no es para que todo sea tan inmediato y hasta exagerado y descerebrado. No se acaba el mundo por ahora. Nada de pánicos ni calamidades. No pasa nada. Todo sigue anodino e igual. Ninguna gran sorpresa negativa y contrarreloj acecha a la raza humana. Esperaremos mucho más ...
Juguemos al por si acaso. Y pensemos que mola imaginar el fin de los tiempos. Hay una especie de gran morbo general, capaz de contagiar de márketing el malestar en el que nos movemos. No es que vaya a acabar nada, sino que lo que pasa es que nos atraería que pasara algo y bien gordo y positivo.
Necesitamos un cambio en nuestras vidas, aunque sea maya. Como un episodio de la Abeja Maya, o una búsqueda del mito imposible de los efectos especiales, o que un tremendo susto de descanso logre convertirnos de nuevo en seres irreversibles y llenos de sorpresa y de física y química de cartabón, experimento o infancia. Locura ilesa.
Romper con el presente aunque sea de metirijillas y de misterio, soñar al final de todo lo vivido y por crear, hacernos un nuevo paradigma que nos inquiete y entrole, y podernos sumergir como una garantía ingeniosa en los tiempos de Julio Verne, de los amerindios, o incluso del Nuevo Testamento apocalíptico y extremadamente heterodoxo.
Jugar al fin del todo. Sonreír desde el sueño de un final inesperado que acaba con el negocio de las previsiones y del negro porvenir. Transformar la catástrofe en amenidad, y el gran desmadre en un baile fugaz de Michael Jackson. Programar o configurar un nuevo ordenador de baratija y chanza, o hacer el amor pensando en que todo el horno del asador se consume en las grandes brasas de la nada del después. Ahí va.
Sin apostar a que no somos nadie, y que en cualquier momento otro planeta o meteoro se saltará todas las reglas del juego y nos hará trizas chocando y besando nuestra fatal fragilidad, viviremos las horas mayasa más ingeniosas y un tanto masocas. Polvo galáctico apresurado y mordaz. El no ser.
Seguiremos bailando sobre la muerte subversiva, sobre si se puede, soñaremos en el fondo que estamos más seguros y coleando que nunca, y pasaremos más que de puntillas sobre Kyoto y sobre el cambio climático inducido por la necedad del ser humano que vuelve al árbol del no sapiens con la irresponsabilidad de un niño malo y hasta ruín.
Mejor que sean los mayas y sus extraños almanaques malditos, prefiramos tirarle el muerto del desastre a la xenofobia inculta e interesada. Hagamos el calavera en la calle de la estupidez, y compremos libros de regalo de misterio y de película de catástrofes.
Y cuando ésto leáis, soñad con la vida, y que los mayas están más muertos que mi abuela, o que los miedos reales los cambiamos cual cromos de mercadillo por la erótica del susto consensuado y aparentemente contagiado. Haced mucho el amor como si fuera exactamente la última vez. Quiéreme mucho como se quiere a un muerto en la distancia. Pero no te vayas jamás de mi lado.
-HERMOSO TEOTIHUACÁN-
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