Hacía tiempo que ponía Alberto cara de cansado y hasta de triste. No era él. Me estaba y se estaba engañando a sí mismo haciéndose el duro y el distante. El, extraño ...
Ha poco que le dije que me hiciera una chapucilla en mi casa, y que me tapara unas grietas que da la humedad. Le vi derrotado. El entusiasmo parecía habérsele esfumado. Me decía que no, que había dejado la pintura, y que no de nuevo, que incluso su mono blanco de pintor ya estaba en el recuerdo y en la basura.
Yo insistí, egoísta y sorprendido. Le dije finalmente, que si podía contar con él o si no. Guardó un escaso silencio. Me vio preocupado, y se identificó con esa vulnerabilidad. Afirmó que no me preocupara, y que iba a venir a casa a ver qué podía hacer.
A las pocas horas, ya estaba sito encima de una escalera faenando sobre el techo con la pintura y la preparada masilla en la mano. Se sentía mejor. Pero necesitaba su espacio propio, y que le dejara por unas horas en paz.
Cuando terminó, vino a casa de mi made, en donde ando yo cuidándola. Su cara era otra. Se había sentido útil. Había vuelto a ser pintor. A ser alguien, a sentirse válido, a ser independiente, y a recuperar su personalidad habitual.
Me alegré, pero no me convenció. Estaba muy contento, eufórico y hasta excesivo de bien. Al madrileño Alberto, le estaba pasando algo y no me lo quería decir para no entristecer a nadie.
Esta tarde ha vuelto a casa de mi madre a relevarme durante un rato, como hace casi todos los días, y hasta en el hablar no era Alberto. Estaba enfermo, tenía un enorme catarro, y venía acompañado de una gran afonía. No quiere ir al médico, porque no quiere tratarse en serio a sí mismo. Se sentía y siente, culpable. Estructuralmente, no anda fuerte. Nunca lo ha sido. Pero su bondad y nobleza traía nuevas y sorpresas.
Porque casi de repente, el duro Alberto se ha puesto a llorar intentando que ni mi madre ni yo le viéramos que lloraba. No. Alberto no solo tenía zozobras económicas, o problemas de salud, o problemas de ubicarse en la habitación de una vivienda compartida, o el pesar por no tener una compañera a la que dar amor. Lo que tenía Alberto, era todo lo anterior y demasiado junto. Y aún de esta guisa, había venido a cuidar a mi madre, y no se quería retirar a descansar. Decía, que estaba mejor aquí ...
Alberto, ha llorado. Yo, le he ofrecido unos kleenex para que se enjugara las lágrimas. Mi madre, le miraba entre preocupada y en el deseo de protegerle y de calmarle a través de su silencio solidario de comprensión.
Mañana, Alberto volverá a sonreír. Será otra vez Alberto. Dirá que no se acuerda de nada y que está mejor. Pero su infancia que no tuvo y sus dificultades en el crecer, seguirán de manifiesto.
Y continuará siendo noble y vulnerable a un tiempo, y él habrá trampeado sus problemas y mañana volverá a casa, y le dará sal y juego de parchís a mi venerable y senil mamá.
Mañana, no llorará. No le gusta la iteración, ni que le compadezcan, ni gaitas en vinagre. Lo que quiere Alberto es que le tengan afecto y comprensión. Soltar lastre de dolor, y que se sienta no rechazado desde su intemperie personal. Y entonces habrá que compensar su nobleza, y le contaré un chiste, y le diré que este año su Madrid no coge al Barça.
-Y ASÍ SE REIRÁ-
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