domingo, 23 de diciembre de 2012

- ALLÍ GANÓ LA MÚSICA -



Un tanto asustado, acudí a mi primer concierto coral de relieve. Una Iglesia. La  de  San Mauro. Y con mis primeros pasos, en la Agrupación Muscial Santa Cecilia de Valencia.
Sí, asustado. Todo era nuevo para mí. Aquello ya no era un ensayo, sino todo un concierto en plena regla. Había mucha gente en aquel lugar, y eso siempre te condiciona y perturba. Y si eres novato, más.
Tomé una táctica conservadora. Decidí ser modesto y pasar lo más desapercibido posible dentro del gran unsísono coral. Fui discreto y nada pretencioso, y la cosa funcionó. Todavía estoy por hacer como cantante coral, apenas sé solfeo, y hace un mes escasamente  que  conozco a mi grupo coral y musical. En general, son buena gente. Pero, por encima de todas las cosas, hay algo que nos une inevitablemente: ¡La Música!
En medio del nerviosismo de mi canto sobre el pentagrama y del entusiasmo general por hacerlo bien, decidí por unos instantes parar los dramas y las exageraciones. Estaba allí, en la Iglesia, actuando por vez primera ante un público muy numeroso, y no era cuestión    de   sentirse excesivo y hasta extraño.
En el medio de la barriada del Grao y de la Avenida del Puerto, estallaba inevitable mi Valencia. Sí. Allí había gente con instrumentos musicales, y de todas las edades. Chicas y chicos que estudiaban en el Conservatorio, gente amateur, y por encima de todas las cosas, de aquí y natos en el maravilloso y musical Mar Mediterráneo.
Valencia y su consenso. El respeto entre todos nosotros y hacia la expresividad musical. El Coro, era todo bicho viviente. La orquesta del Grao, la casa musical, la liturgia clásica, la pasión de dicha música entrando por todas las pituitarias y recovecos. Hasta la Navidad y el marco del recital, era menor. Un nexo potente e inevitable, hacía que empezara a sentirme bien y que las cosas funcionaran y tuvieran sentido.
El coro, se retiró por unos instantes. Los chicos y chicas de la orquesta y de la banda de música, llenaron la Iglesia de San Mauro de una religiosidad mágica y entrañable. Una joven muchacha, se constituía como reina solista y estrella de la gran velada y del gran regalo musical. Los aplausos potentes, llevaban el sello de la emoción compartida.
Y, a continuación, el director de música tomó la palabra y le puso orden y aroma al gran músculo conjunto y animoso del que parten todas las voces y los sonidos. Agradeció    las presencias y los entusiasmos, y nos dijo toda la verdad.
Y sonó el "Lago de los Cisnes" y hasta como corolario la gran "Marcha Radetzky" como imitadora del concierto de la gran Viena. Lo que hiciese falta, y bien tocado.     Somos  valencianos de pura cepa, y no lo podíamos negar.
En aquel lar eclesial e inicial, había aparecido algo aparentemente fugaz y exótico, que todo lo marcaba y le daba sello y distinción. Parecía un ejército de soldados de la música     y    de diferentes cometidos en uno. Hacer música, disfrutar de la música, tocar, cantar, y hasta amagos de bailar al compás del placer. Palmas rítmicas y satisfacción general. Yo era un hijo de la música. Todos lo éramos. Todos, lo somos ...
Y en medio de la música se pasaron muchos recelos, condicionantes y timideces. La gente sonrió feliz, y tuvo el convencimiento de que había hecho una cosa satisfactoria que les había llenado. Y entonces las distancias cedieron, y nos felicitamos los unos a los otros la Navidad y lo que hiciera falta.
El mapa musical estaba compuesto por nuestra sacra voluntad de ser músicos y de distintos niveles. Apasionados, gustosos, entusiastas, académicos, creadores, excelentes promesas, y carne y sangre real.
Sí. El menú era música, y todo lo demás extraño e inadecuado. A aquel que no le gustase la música y estuviera allí, no le haría mucha gracia nuestro idioma y nuestra pasión. A poc@s de ell@s vi.
-OS LO PROMETO-

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