miércoles, 12 de diciembre de 2012

- MI MADRE NO SABE ENVEJECER -



Ahí está. Desde más que de primera hora de la mañana, mi madre no está    dispuesta    a  escuchar movimientos extraños. Su cabeza tiene fuertes convicciones. En esa casa, no se va a mover ni una mosca a menos que ella dé su consentimiento.
Mi hermano se levanta, e inquietud en mi madre. Inaudito para ella. Eso está muy mal. A pesar de que ya no puede valerse por sí misma, que mi hermano se levante solo y sin    ser avisado por élla para que no se duerma, o el hecho de la autonomía de mi hermano   para   levantarse solo, vestirse, lavarse, prepararse y marcharse al curro, le parece injusto     e  intocable.
¿Quién queda ahora?, ¿yo?, ¿su otro hijo?, ¿qué estaré haciendo yo, o por qué encenderé la luz y estaré por la casa?, ¿otro que tal baila? ...
Mi madre ya no aguanta más. ¡Se acabó! Ni obediencias, ni dependencias, ni    gaitas    en escabeche. Se le acabó la paciencia a mi progenitora de ochenta y séis años. De su garganta, sale la voz imperiosa y definitiva: -"¡Jose!, ¡Jose!, ¡Joseee! ...
Comprendo que no está bien y no la puedo querer más, pero eso de llamarme a voces a las siete y media de la mañana, no es de recibo. -"¡Ya voy, mamá!, ¡ya vooooy! ...
Al parecer, tiene una perfecta excusa cuando tras la humedad de Valencia aparecen unos escasos séis grados. Tras decirme que desea ir al baño, lo que mi madre quiere es dominar las cosas y vigilarnos fuerte y estrechamente. Y no digamos a ese tipo con gafas que estará casi todo el día ocupando su espacio propio que soy yo ...
Casi, ni me mira. Me ordena, me dice todo lo que tengo que hacer, me planta cara, no parece creerme, y a manotazos aparta insensatamente sus sábanas y ropa, con el riesgo de que se enfríe. Y en ese momento, se me acaba mi primera paciencia mañanera. ¡Viva Job! ...
Me pongo firme como un ángel soldado, y no permito que el corcel caprichoso se me escape de las bridas. Le digo a mi madre que no tenga miedo, y que de irse al comedor y a la silla, nada de nada. Que no se preocupe si no se puede levantar, que para éso están mis brazos. Pero de la silla del comedor, ¡que se vaya olvidando! ...
Mi madre presenta batalla abierta. No le hables de relevos o de buena voluntad. De modo, que la cito a la realidad y la digo que no juegue conmigo ni con nadie, y que se porte bien.
Mi niña-madre, sigue revoltosa. Pero, por lo menos, ha logrado concitar la atención. Vuelve a reinar de otro modo en la casa. Y la aúpo, le doy la mano, le pongo un bastón en la otra, y la llevo al baño para que no se caiga y para que haga sus necesidades.
Pero no me mira bien. Ella quiere lo que quiere, y no lo que parece de lógica y de cuidados afectuosos por mi parte. Pero mi mami no es tonta. Intuye que me está prejudicando y que éso no se hace.
¡Conseguido! A la cama de mi mano otra vez, y en esta ocasión sin rechistar mucho. Aunque parece no decirlo, de mala gana se acuesta gracias a mí, se relaja, y la digo que ya la llamaré yo, y que no se preocupe ya de nada, y que yo la marcaré el calendario cuando toque, camino del desayuno de las galletas y de la leche calentita y del cambio posterior e higiénico de los pañales.
Será mi apuesta y mi pelea diaria. Me hará el caso que me hará. A veces ninguno, y a veces regular. Incluso en ocasiones, me hará caso. Pocas. Pero yo soy ahora el papá que vela por ella y por su bienestar.
- ¿TE PORTAS BIEN, MAMI? -

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