No le gustaba la vida, en absoluto. A Joan Rulls, solo parecía interesarle realmente otra cosa bien distinta. Y, entonces, la muerte le abría a Rulls un aparentemente positivo horizonte.
¿La vida? Asco y decepción le poducía al hombre. No le convencía, estaba completamente en desacuerdo con las motivaciones que el proceso vital pudiese depararle, y pensaba que esto era un castigo, un engaño, y hasta una burla para él.
A medida que Joan se hacía mayor, se reafirmaba en esas ideas. No pensaba jamás en el suicidio, pero es que la vida era para él realmente algo a despreciar. Ni sociedad, ni humanidad en estricto senso, ni compasión hacia los pobres, unas castas de ricos mangoneando las leyes y las reglas del juego, las clases sociales, y la gran incomunicación entre los seres humanos.
A Joan le daba igual que hiciera sol, buen clima, lluvias, nevadas, o calores sofocantes. Le era indiferente el gran envoltorio. Solo deseaba que llegara su final. Únicamente esta idea le seducía.
Además, apenas nadie le comprendía. Se sentía un especimen raro y a despreciar, un atacado en sus ideas por los demás, y hasta un estigmatizado por los defensores de las reglas del juego de la mera supervivencia.
Sí. Joan Rulls tenía dinero. Había heredado de sus padres, tierras y bienes de todo tipo. Mas a pesar de su desahogo económico, el hombre nunca quedaba de nada y por nada satisfecho. Sólo, la muerte. Solo otra cosa que no fuera la realidad social cotidiana y el proceso que le mantenía vivo aquí, podría sacarle de su permanente malhumor y de su aspecto hosco.
A los sesenta años, le fue detectado a Joan Rulls un mal letal y sin cura. El doctor no sabía cómo comunicarle la noticia, mas al fin se decidió y con profesionalidad: -"Señor, no tengo buenas noticias, me temo que "...
Le interrumpió Joan: -"¿Quiere decir que finalmente voy a morir?" ...
A lo que el médico se aprestó a matizar: -"Nunca hay que perder la esperanza, y la Ciencia avanza a pasos agigantados, Joan"...
Rulls le dió un fuerte apretón de manos al doctor, y rápidamente se alejó del centro médico. Una enorme alegría interior, le embargó. Ahora, sí. Por fin la muerte. No podía evitar que una tremenda sonrisa le iluminara el rostro. De oreja a oreja. Por fin Joan Rulls comenzaba a salir de la desazón y del pesimismo.
La enfermedad mortal avanzaba a pasos agigantados. Pero había algo en el interior de Rulls que seguía alegre y animado. ¿Se podría llamar felicidad? Solo él, acertaría a definirlo mejor ...
Cuando el hombre entró en la agonía mortal, nadie daba crédito. Era como si estuviese más atractivo y hasta guapo. Sus ojos moribundos, irradiaban empero una evidente felicidad. Euforia.
Consciente de que llegaba su final, su entusiasmo mental se desbordaba en oleadas. Las gentes, llegaban a pensar si Rulls se habría vuelto loco definitivamente. ¿Aceptar la muerte con sumo entusiasmo? ...
El testamento de Rulls, no dejaba sello de duda. Toda su fortuna iba a ir para la gente pobre, dado que esa era su voluntad y que nunca se había casado ni tenido hijos. Su familia sanguínea que le quedaba, no percibiría ni un solo céntimo de él procedente.
Ya en la ceremonia definitiva del ya finado Joan Rulls, a cuyo entierro no asistió nadie salvo algún que otro curioso, su rostro en el interior del ataúd mostraba un aspecto relajado y casi envidiable. Y además, al terminar el acto y tras su enterramiento, sonó la música alegre de una contratada orquesta, y se obsequió a todo el que quisiera con un picoteo de comida y refrescos gratuitos. Rulls alcanzó la muerte plenamente feliz. O eso semejaba.
-COSTABA REALMENTE CREERLO-
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