Otro tiempo. No vivía el señor Emilio en mi mismo portal.Pero,estaba. Aquí abajo de donde yo vivo, tenía su taller de mecánico dentista. Sí. Era otro tiempo. Otro momento, otro contexto en el que en mi escalera había vida real. El señor Emilio hablaba valenciano y se llevaba bien con casi todos los de la escalera.No tenía mucho mérito. Eran y son solo séis puertas las que componen el lugar. Recuerdo que mi madre y mi abuela bajaban a su taller del piso inferior para que les arreglara los dientes y las muelas. Y les hacía un precio especial por ser ellas. Creo que trabajaba de estrangis. Es decir, que al verse ya jubilado, lo que hacía era ganarse una perras adicionales a su pensión. Y recuerdo que tenía cosas bien curiosas y personales. Le gustaba ser generoso y participativo. Todas las semanas, mi madre y él hacían una quiniela. Y cuando venía a visitarnos mi tía Lolita, también poco menos que la obligaba a hacer igualmente dicha quiniela. Y no permitía que nadie pagase los boletos.Si le decías de pagar las apuestas, entonces amenazaba firmemente con entrar en enfado. Era mejor decirle que bien, que vale pues. Por cierto, que raramente les tocaba alguna de once aciertos, a pesar de que a veces incluía algún doble o triple en el boleto del azar. Ahora,es otro contexto. Otra cosa. En mi escalera y en tantas otras escaleras, todo es distinto. Apenas se relaciona nadie entre sí, se bunkerizan y parapetan en sus respectivas viviendas, se saludan al encontrarse en la escalera brevemente, y cada uno a su bola. Cuando se hace la reunión de la Comunidad,cada uno defiende sus intereses, y el resto del año si te he visto casi que no me acuerdo. Y de vez en vez, y para disimular, se mandan algún correo electrónico relacionado con temas de la escalera. Y así evitan verse lo más posible. En cambio, en tiempos del señor Emilio,supongo que tiempos de retrospectiva nostalgia, y por cierto puro y terrible franquismo, se respiraba otro matiz interpersonal, otro olor, otra forma de entender el mundo, una mayor apuesta por la cercanía física y vecinal, y mucho menos recelos entre los unos y los otros. La gente de mi barriada se ha ido muriendo, y testigos de aquel tiempo ya van quedando tan pocos, que pueden encontrarse seguramente con los dedos de las dos manos. Los hijos, se fueron a la busca de pisos más nuevos, y rompieron su vínculo con este barrio que pudo verles dar sus primeros pasos. ¿Qué pensaría el señor Emilio cuando viera hoy lo de mi escalera y lo de tantas escaleras? El fallecido señor Emilio ya no podemos saber lo que pensaría, pero hay algo ahí entre los escalones por los que subo y bajo hasta mi casa que me dice que andaría un tanto sorprendido e incrédulo. -HASTA CASI COMO YO-
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