sábado, 19 de abril de 2014

- TERNURA COMPRANDO -



Asumo mis cosas. Mis responsabilidades. Es sábado. Sábado Santo. Pero en realidad solo es un sábado asumible e inaplazable. La nevera se me ha vaciado. No me gusta ir a comprar. Pero tengo que sobrevivir. Y, qué mejor modo de sobrevivir que siendo coherente. No se puede vivir del aire ...
Mis rodillas cansadas. Es igual. Vienen dos días festivos consecutivos. Me atrevo a rehacerme a muchas de mis quejas. Me ha costado subir mis tres pisos sin ascensor cuando llego leso tras los cuidados de mi madre senil. Pero decido ser rebelde. Me visto nuevamente, cojo dinero, y vuelvo a bajar a pie dichos tres pisos.
Mucha responsabilidad ser uno mismo. Estoy feliz y nervioso a un tiempo. El Mercadona. Y los alimentos que voy a necesitar para unos días y alguna semana. De modo que decido tomar un papel para que no se me olvide nada. Y, a comprar ...
Sí. Porque cuando más pronto lo tenga cerrado, mejor y más tiempo de ocio y de descanso lograré tener. Me gusta mucho pasar miedo de dinero. Soy pobre y me gusta sentir esa responsabilidad. Lo necesario. Solo voy a comprar lo necesario que más barato haya. Ni hablar de un euro de más. Me gusta asustarme por una buena idea.
En el Mercadona hay poca gente a esas horas, y hay que tener cultura de retentiva para saber dónde están las cosas. Han recortado personal, y si le preguntas a alguien que anda cansado y que no tiene por qué comprender tus bisoñeces, mal asunto. Fruncirá el ceño, y me liará aún más.
Lo que pasa es que esta tarde he tenido suerte. Porque la gente del súper es cordial y simpática. Me lanzo sobre la pescadería y la encargada del pescado me persigue. Me pregunta rápido qué es lo que quiero, y yo acierto a decirla con sonrisa creíble que solo estoy mirando y tal ...
Los precios. Eso es lo que me interesa. No llevarme el gran disgusto del dinero imprevisto y casi siempre intrusivo y sorprendente. Llamo a la pescadera, y hay buena comunicación. Todo perfecto. Gracias.
Ahora hay que buscar en dónde están los diferentes alimentos y productos que necesito. Nada fácil cuando no te hace maldita la gracia estar allí.
Una clave. No mirar demasiado los tiempos y el reloj. Pensar que ando exhuberante de holguras y meditaciones. Imposto lo menos posible. Y, así, cuando menos me lo espero, recuerdo cosas. ¡Hostia, los macarrones, los huevos, la sal, está todo ahí! ...
Si me meto en la sección de perfumería y hogar, se me olvidarán las botellas de agua. Todo se acabará convirtiendo en un totum revolutum. ¿O no, hombre? ...
Sale todo bien, salvo cuando el cajero me dice que son treinta euros y muchos céntimos. ¡Cago en diez! Todo está carísimo. Absolutamente, un timo. El gran timo del mercado y de la realidad. Porque mi realidad me sabe a veces a timo y a broma macabra. Mas solo es una impresión desde la adversidad. A todo el mundo le pasa lo mismo. Sin duda que el afrontar los pagos, es el fatídico momento. Todo el mundo se derrumba un tanto ahí. Fijo.
Salgo del supermercado cargado con dos bolsas que pesan más que el dolor en mis rodillas. Y una vez en casa cojo papel hilo y hago mis raciones y las meto en el congelador. ¡Conseguido! Ahora ya puedo con propiedad tumbarme a la bartola y en el ocio. He sufrido, pero he sido audaz.
-NO ES POCO-

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