sábado, 26 de abril de 2014

- RAFA, "EL PIZZERO". -



Hace tiempo que me sorprende y bien gratamente. Se llama Rafa, y regenta una pizzería en donde también se encuentra todo tipo de comida para llevar.
Rafa es madrileño y grueso. Gordo y laborioso. Siempre optimista y nunca perdiendo la referencia de su realidad. Porque Rafa engaña mucho si es que no lo conoces bien. Incluso a primera vista podría parecer un demasiado y accesible bonachón intrascendente. Mas no es así. En absoluto.
Yo voy a su establecimiento con frecuencia semanal, y quieras que no y cuando tiene tiempo, pues hablas y te comunicas. Le coges afecto desde la habitualidad y la naturalidad. Y te das cuenta de su verdadera personalidad y de su destacada calidad humana.
Rafa sabe cuándo eres trivial y correctote, y cuándo le quieres decir algo que es para tí realmente importante. Porque es intuitivo y capta las cosas de los sentimientos con una entrañable agudeza.
A mí, me sorprendió. Sinceramente, no esperaba tener enfrente a un hombre tan bueno. Porque al orondo Rafa, con su estilo siempre atento para sus clientes, le acompaña una lógica que no tiene nunca que ver necesariamente con su trabajo o dedicación de laboriosidad.
Rafa sabe que yo cuido a mi madre. Y allí está él en su pizzería de la Gran Vía con su mujer y sus hijos. Dice que su clave de serenidad es el amor que le profesa a su mujer. Ha encontrado la estabilidad, y potencia la madurez que siempre ha tenido. Es realmente feliz y lo confiesa.
Y yo le hablo de mis apuros con respecto a mamá. Me preocupa cuando se pone traviesa. Le pregunto a Rafa acerca de mis temores e inquietudes. Y entonces, siempre me sorprende y en positivo. Hace uso de la palabra más adecuada, porque Rafa sabe escuchar y ser consecuente.
El otro día le hablé y le comenté cosas. Le dije que estaba preocupado, y en ese momento su casa de comidas dejó de priorizarse y se tomó una pausa por unos momentos. Y Rafa me miró y sacó sus propias conclusiones.
Me dice que me cuide, y que nunca me dé por vencido. Afirmó que conoció a un tal Antonio, el cual trabajaba con él, y me aseguró que pudo cuidar de su padre ya muy mayor hasta el mismo día en el que su viejito falleció. Que sí, que fue una locura, que el padre del tal Antonio insultaba a todo lo que se movía, que gritaba, y que montaba unos tremendos escándalos a causa de sus infantiles y senectos berrinches. Pero, que lo logró. Que, pudo. Que se tiró unos diez años cuidando de él, y consiguió con enorme fuerza y airosidad agarrar todo su amor y completar el reto de darle a su progenitor lo que nunca podrían ofrecerle en ningún otro lugar.
Y Rafa me animó y me anima a seguir tal ejemplo, y me dice que he de desconectar, y que es ley de vida, y que los abuelitos no se dan cuenta de las cosas que hacen, e insistió en que yo debía de cuidarme más. Por mí, y por mi madre.
En todo ese tiempo, no hablamos de pizzas encargadas, ni de raciones de paellas o de fideuás, ni de temas relacionados con su establecimiento de comida rápida. En las palabras de Rafa y en mis oídos atentos había otra clase de servicio de alimentación y nada de prisa ni de precipitación.
Para mí es un placer el acudir a su establecimiento. Me encanta ir. Porque Rafa es bueno y sabe comprender. No te falla nunca. Y se toma la vida con humor y con toda la cordialidad. Es alguien que se hace de querer, y que me devuelve a la calidez de los pequeños comercios y negocios familiares, desgraciadamente cada vez menos frecuentes.
Este es mi homenaje y descripción de un hombre bueno y hasta entrañable. Y si algún día cierra la tienda, le echaré mucho de menos.
-PERO QUE MUCHO-

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