domingo, 6 de abril de 2014

¡ DEPARDIEU !



Excesivo y arrollador, comediant, la comedie française, la bohemia, la heterodoxia y la libertad. Francés hasta las trancas. Internacional e indiscutible. El mejor actor francés de las últimas décadas, que deja olvidada la belleza del mito Alain Delon.
Actual y atemporal, Astérix, Obélix o lo que haga falta. Rubio y de piel clara, pómulos salientes y grasa del desorden envolviendo su enorme y fortachón cuerpo de oso.
Todo un personaje el de Gérard Depardieu. Único y grande como todo él. Orgullo y desdeñoso, nuevamente vitalista y libre como los apasionados que nunca saben relajarse en exceso. Amante del poder de sí mismo y de su respeto. La mala leche de Depardieu. Enfrentándose a quien haga falta, contra quien desee y quiera, contra quien considere que no es poseedor de la razón o de la verdad. Ahí está el irremediable Depardieu. El irreductible y maravilloso bufón, payaso y rey. Emperador, atleta, héroe, jugador de rugby, y amante de muchísimas mujeres. Actor de raza y de admiración. Homenaje a alguien que se desmarca, que aturde y desconcierta, que se dice ruso si quiere serlo, o de donde haga falta, o de donde el destino le dé a entender. ¡Por las causas! ...
Mamporro, comida y melena, grito y espada, villano y tierno, icono y referencia, sin el aparente glamour y elegancia que se espera en un fils de todas las Frances. Mas no es del todo así. Porque el glamour y el sexy de Depardieu, su tremenda fuerza, es ser un iconoclasta y un rebelde fou. En su tremenda humanidad de león al ataque, se agazapa la magia de su ternura realista. Porque el francés es complejo y vivo, listo y de plaisire, de playa y montaña, de dame, madame y mademoiselle, de estrellas y árboles, de impactos eternos en acción, de historias sentidas límites y cotidianas, y nada en él puede transcurrir por el río manso de la obediencia debida. ¿Pour quoi? ...
Gérard es puño sobre la mesa, nuevos zapatos y nuevos papeles, más madera y más abundancia. Francia le quiere y le ignora a un tiempo.
Como a la contenida y hierática Deneuve, su musa final. Gérard Depardieu recupera el espíritu secreto del barrio latino y del desorden ordenado, y la lía, y se compromete, y tira fuego por la boca y ternuras airadas por su ojos claros.
Y a lo mejor no se le entiende demasiado, pero se le sabe ahí. Y le père Molière sabe que su hijo vive se mueve, y que la tradición del actor galo no se para en medias tintas o en americanadas suculentas y alimenticias.
¡Depardieu! Gerard Depardieu. Genio y figura. Fénix y enemigo, disfrutando en la melée de la confrontación creativa, vivo y potente, padre y amante, actual y hasta futurista. Difícil seguirle.
Ya no es joven pero nunca será un grand père al uso. Jamás un anciano seboso o de residencia displicente. ¡Non! Depardieu dará siempre la nota, y seguirá inquietando con sus cosas a todo bicho viviente y confiado. La provocación al poder.
Gérard demuestra la fuerza de los actores, el olimpo, un lugar arriba en donde se está bien, el mundo que se proyecta y resuena, el can can que se pone rock y libertino, y la Tour Eiffel en globo hasta Pekín.
Embajador de sueños, monsieur de plateâu, personaje que no se repetirá, grande entre los grandes, uno de los más carismáticos actores del planeta, y todas las medallas que otros le pondrán y que él mismo desee abrigarse.
¡CHAPEÂU!

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