viernes, 25 de abril de 2014

- EN RELACIÓN CON MI CASA -



Mi relación con mi casa la vivo como de conveniencia. Sí. Me conviene mi casa. Es todo nuevo y extraño. Pero necesario.
Puedo ir aterrizando en esa realidad. Puedo observarme mejor ahí adentro. Y lo primero que noto al entrar, es un tremendo silencio.
Es como un silencio general. Un silencio que he de encarar y con el que debo convivir y afrontar. Es ahora uno de mis mayores enemigos. Porque el silencio de mi casa es inédito para mí, y me trae los pensamientos de ausencias y nostalgias que suenan a deseo.
Mi casa me trae obligaciones y responsabilidades. Es una auténtica locura audaz. Es mi maravillosa apuesta decidida, y también a la vez con muchas dudas. Porque es realmente duro estar ahí en esa casa. Lo confieso. Por ahora, es así ...
Y una de las claves, se llama mi escaso tiempo. Dedicado como estoy a cuidar a mi madre en el lar de mi hermano, cuando llego a casa me quedan bien pocas horas para mí. Y es el momento de acometer mi tiempo, y mis sueños, y mi vida, y apañarme en solitario como pueda en medio de mi sendero y de mi vida que continúa creciendo y posicionándose.
Son mil prioridades a la vez. Y, éso, lo defiendo a través de agarrar ese libretto que se llama organizar mi tiempo. Estoy en esa fase. Estoy estudiando la asignatura de la organización de mi tiempo en el interior de mi casa del alma y en la que nací por cierto. Estoy como en mi nuevo renacimiento ...
Asisto un tanto enfadado a la repoblación de mi barriada. Es otra cosa. Solo quedan sus calles y su singularidad arquitectónica. Todo lo demás, se perdió. Quienes llegan, ya no tienen la cercanía de los habituales. Son de clase acomodada y abundan las parejas jóvenes y los jóvenes en general.
Ya no hay bares populares, y aparecen en los anuncios menús que no se corresponden con la extracción obrera de mi lugar cuna de siempre. Se nota mucho el gran desequilibrio y el abismo entre las clases. Ya no hay clase media. Vivo entre gente con posibles, y he de asumir tal inferioridad intentando no entrar en colisión con gente que piensa de otro modo bien diferente. Desde su atalaya.
Ahora, cierro de nuevo la puerta de mi casa. Y desde su interior puedo verme a mí mismo crecer. Permanecer ahí, dejarme de idealismos, pasar de gente que no merece la pena, y aprovechar y apostar por personas más humanas y cercanas.
Mi casa bonita y entrañable también puede ser una trampa bisoña. Cuando llego a élla y todo parece un templo budista con un inaudito silencio, me entra una mala sensación. Pero también la idea de que he de hacer algo. Por ejemplo pongo música, o decido que mi nuevo nido es tan intimista que es mejor salir y airearse, y de este modo volver con más ganas y menos comeduras de cabeza ante lo inevitable.
Mi casa, yo, y mi entorno, son lo que son. Y hemos de llevarnos lo mejor posible. Mis novatadas de quien va a ser sujeto activo de mí mismo, han de dejar paso a realidades claras y seguras.
He de aprender a orientarme en mí mismo y a hacer luces entre mis ternuras. Y tener una extrema paciencia. Es necesario, para que mi sonrisa y alegría reales sigan como siempre en mi sitio.
Estoy en mi casa del alma por vicisitudes de la vida y no por una libre y planificada elección. Es, lo que hay. Y se trata de convertir a ese imperativo en algo grato y de disfrute. Es cuestión de renegar menos y de asumir las cosas. Esa es mi máxima y mi actitud. No me será nada fácil, pero no hay manera más inteligente para alcanzar mi libertad y mi plenitud ahí.
-ESA ES MI HERMOSA LUCHA-

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