El otro día vi a la "Pelos". Una mujer bajita y problemática, una niña grande y cargada de problemas de desesperación e inmediatez.
Y al verla me hizo pensar en unos tristes momentos que estaban teniendo lugar en mi barriada, y que yo asistía a tales hechos con una distancia que parecía marcar mi triste y nostálgica resistencia.
Porque que en el patio de al lado hubiese ya gente como la "Pelos", significaba que la degradación general de mi barrio comenzaba a ser un hecho. Ya era un hecho. Pero yo prefería pensar que los problemas de esta gente solo serían puntuales y anecdóticos.
¿Cómo iba yo a pensar que mi barrio se perdía? ... Aquello no podía estar pasando ni pasar nunca. En mi barriada no sucedían cosas desagradables de violencia. Nunca. Raramente alguien se salía de madre. Nos conocíamos todos. Padres, abuelos, nietos, etcétera, constituíamos una especie de pequeño pueblito enclavado en medio del Centro Histórico de mi ciudad.
En todo caso, alguien se enfadaba. Pero no se pasaba de algunos gritos o de algunas malsonantes palabras. Había respeto, miramientos y educación. Había consideración, tolerancia y delicadeza por lo nuestro. Estábamos aún encima de nuestras raíces, de nuestra cuna, de nuestros lugares entrañables y propios. Con nuestra propia idiosincrasia, y con un mayoritario dominio de mi habla valenciana.
Pero, ese mundo, evolucionaba hacia otras cosas y lugares. Los hijos de los ancianos buscaban cosas nuevas y abandonaban el barrio a su suerte. Y cuando los abuelitos fallecían, entonces todo lo anterior acababa pareciéndose a un mero recuerdo histórico. Y en ese momento llegaban al barrio personas simplonas e impertinentes como la "Pelos". Y comenzaban las grescas abiertas y los desencuentros imposibles, el lumpen y la menoridad.
Mas lo más gracioso es que yo no vivía con una gran preocupación lo que sucedía. Yo no aceptaba la muerte de mi barriada, su especulación, su ancianidad, ni sus malas formas. Para mí, gente como la "Pelos" era como personas que estaban por allí y que llenaban mi barrio. Yo me conformaba con que mi barrio se llenara, y no me podía plantear el gran abandono y el final de un tiempo que se producía. Necesitaba vidilla y sucederes, ruído y vitalidad, movimiento, y atisbos de relación en común.
Era muy duro aceptar que mi barrio se quedara triste y solo. Ignorado y vendido a las inmobiliarias, como una isla preciosa y a la vez inopinada y finiquitada.
Ahora, os confieso que no sé qué hacer con los nuevos vecinos que van viniendo a repoblar mis calles y que proceden de familias bien, en busca de alquileres llevaderos o de apuestas personales de nuevos rumbos vitales y actuales. Aún no les quiero del todo. Solo les voy aceptando, y sanseacabó. Todo para mí es nuevo en éllas y en éllos. He de tenerme paciencia y renovarme yo también.
Por éso todavía y temerariamente, me siguen fascinando un tanto positivamente gente como la problemática "Pelos" con su marido y sus hijos. Porque a los malos conocidos ya les conozco y nunca ya me van a sorprender demasiado.
Pero reconozco que de mi barriada solo quedan las fincas remozadas y bien poco más. Ahora son otras vidas, y otros tiempos, y otros modos de pensar, y hasta clasismos y otros estractos sociales en el mío. Ya no somos una barriada obrera, sino en transición hacia otra cosa.
-ES LO QUE HAY-
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