viernes, 1 de marzo de 2013

- MI PRIMER CALOR DE MÍ -



Caía en Valencia un manto de agua. Era, la tarde. Y yo debía cumplir  con un compromiso ineludible. De modo, que a pesar de que no tengo vehículo, decidí aventurarme hacia la calle. Busqué la Avenida Guillèm de Castro, y continué por la bella y antigua calle Carniceros en dirección al centro de la ciudad.
Por entre las calles angostas y bellísimas, me topé con un vendaval de agua que llevaba un aire desaforado. Pocas veces en mi vida he vivido en mi dulce Valencia un meteoro así. Tarde negra, paraguas casi a la deriva, la gente en sus casa por temor a salir, y yo con alguna duda sobre si me iba a pasar algo. Qué temporal más bestia ...
Llegué al lugar ineludible, hice la gestión pertinente, y volví sobre mis pasos camino de mi lar. Los pantalones absolutamente empapados, la cazadora inservible y para secar, y las zapatillas no podían contener más agua introducida. Los calcetines, eran hielo y amenaza.
Al llegar a casa, busqué ropa. Como vivo a caballo entre la casa de mi hermano,-que es donde reside mi tesoro materno-, y mi casa mía, tras quitarme la ropa fría y mojada apenas encontré muda. Hasta que finalmente hallé dicha ropa seca en el interior de los armarios casi olvidados, y reaccioné bien. Puse la ropa mojada dispuesta para el secado paulatino, y noté paz y confort tras colocarme la agradable vestimenta que me devolvía el bienestar y  la tranqulidad. La amenaza de recaer sobre mi recién superada faringitis, martilleaba mi pensar. He de cuidarme, cuidarme más ...
Al llegar la noche, cené como hago últimamente una cosa frugal y recurrente. Y aunque me noté saciado y con comida acertada y suficiente, había decidido atreverme a algo que nunca había hecho y que me preocupaba.
Veréis. Tengo un modestísimo hornillo eléctrico, que nunca gasto, y que me podía conducir a mi primer camino de confort antes de meterme en mi cama con un reciente juego de sábanas polares que calientan bastante más de lo que yo pensaba.
Sí. Me fui a por el hornillo eléctrico. Tras alguna deliberación personal, logré ponerlo   en   marcha. Miré con insistencia. Coloqué un cazo de agua sobre dicho hornillo y esperé con ansiedad. Y pronto comencé a notar un calor. Mi primer calor de mí. Como     aquellos  ingeniosos hombres de las cavernas, que lograron la hazaña de un descubrimiento    que   cambiaría todas las cosas. Porque, en efecto, el agua echaba vapor. Se calentaba. Y no pasaba nada ...
Emocionado, puse el dedo dentro del cazo a riesgo de quemármelo. Y,¡sí! Aquel agua estaba caliente. Ya se podía meter la infusión del poleo/menta. Así lo hice. Todo parecía logrado. Mis nervios emocionados, asistían a mi decisión de crecer, llenos de dudas y de travesuras.
Cuando traté de sacar el hilo de la luz del enchufe, lo había apretado tanto que no lograba sacarlo. Y además tenía las manos demasiado mojadas tras limpiar los utensilios de cocina con el agua.
Finalmente, me concentré, me sequé más dichas manos, y logré extraer el hilo de conexión del enchufe de la pared. Una cosa menos ...
El color del agua de mi primer poleo, comenzó a llenarse de nuevas tonalidades. Aquello comenzaba a ser un líquido caliente, que iba a darle calor y tonficación a mi cuerpo un poco frío todavía. Y, nervioso ...
Como intuís, todo lo que os cuento son meras anécdotas llenas y preñadas de significado. Lo de menos era hacerme un poleo, sino haber tenido la valentía y el progreso de decidir hacer cosas nuevas y necesarias para cuidar mi hábito y recuperar mi cuidado y mi salud. Mi crecer, está imparable. Cada día que pasa, mi aprendizaje se concreta en algo plausible que se interna en mí y que me llena de paz. Lo estoy logrando. Valen la pena las novatadas.
Ahora, voy a dormir. Y, más allá de las sábanas calientes y de mi necesidad vigílica, hay una nueva sonrisa de convicción y de calor. Es un calor mental, el cual tiene más valor que la manta o la sábana polar más confortable. Porque es el calor de mí, de mi corazón satisfecho, y de la idea de que las metas están cada vez más asequibles. Por cierto, que me bebí el poleo y me olvidé del azúcar.
- ¿ Y, QUÉ ? -

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