jueves, 7 de marzo de 2013

- LOS LADRIDOS -



Decididamente, esto de las comunidades de vecinos es una verdadera lotería. Un verdadero azar. Nunca sabes.
Hace ya algunos meses que, cada vez que subo o bajo las escaleras de mi casa de toda mi vida, se escuchan los potentes ladridos de un perro, que, o bien por su naturaleza o por su falta de seguimiento canino, no logra adaptarse a las reglas de juego que marcan la correcta educación y el comportamiento acertado para que no se produzcan las lógicas tensiones y protestas intervecinales.
Hoy, al ver la falta de respuesta de los vecinos, me he decidido de un modo serio y claro a abordar al dueño del animal, e indicarle lo que estaba sucediendo, con la idea de dialogar con él sin necesidad de tenerlo que denunciar.
Ante mi sorpresa relativa, el veinteañero muchacho ha mostrado al principio sobre mis palabras una actitud como de dulzura y de despistado, mostrándose esquivo y en absoluto dialogante. No ha querido escucharme, y ha bajado por las escaleras con su novia a toda velocidad. Huía de la realidad. Su novia, cómplice, le hacía gestos sutiles de que se hacía tarde y de que se fuesen.
Al llegar a la calle, he visto al muchacho en el interior de su coche, me he acercado de nuevo para intentar apurar el desesperado o apresurado intento de diálogo, y entonces gritándome compulsivamente ha hecho ademanes de matón y se ha incorporado desde el asiento y ha abierto la puerta con intención o bien de amedrentarme o de pegarme, mientras continuaba gritándome. Provocador y absurdo, me decía: - "¡Denúnciame si quieres, hostia!" ...
A la vez que me quedaba de piedra ante tal escena, y le indicaba que yo no deseaba tener que llegar al extremo de denunciarle, y que solo pretendía hablar con él para solucionar el problema que afecta a toda la comunidad de vecinos, el muchacho ha seguido en sus trece, ha cerrado como un animal la puerta del vehículo, y ha partido a toda prisa y brusquedad.
Sí. El problema no era el perro. El perro, solo era la prolongación o la consecuencia de la insolente y más que agresiva actitud de su dueño. En efecto, tenemos en la escalera a un chico que no parece andar demasiado bien de la sesera el pobre.
Envergadura. Los ladridos del perro podían ser un problema menor. El verdadero problema, es el dueño. Un joven con una agresividad descomunal, y con una falta de valores básicos en la convivencia.
Y, ya se sabe qué sucede con este tipo de muchachos. No es nada sencillo abordarles en sus problemáticas. Y, sobre todo, están en período en el que han de apuntalar su personalidad, aunque sea en medio de su vacío personal. Ahora ya pienso en por qué actuará así, en si no habrá recibido por parte de sus padres la educación, el calor y los valores necesarios   y  básicos, y que realmente a la fuerza tenemos un problema bien gordo. Ahora es el perro, y vaya usted a saber qué será más adelante ...
Me he venido a la cabeza la serie de televisión, "Hermano Mayor", en la que el ex deportista y ex toxicómano Pedro García Aguado llega a los hogares desestructurados y se encuentra con escenas desgarradoras y abracadabrantes. Todo violencia.
Desde luego, tengo claro que la solución no es llamar a la policía y denunciarle. Ésto, es un simple parcheo. Llegará la policía, oirán los amenazadores ladridos de dominio, llamarán a su puerta, y le dirán que eso no puede ser así. Si hay suerte, se relajará el muchacho, no hará caso en cuanto vea que los agentes se vayan, y luego naturalmente buscará vengarse si se le denuncia finalmente.
Se ha convertido en el tirano mandón y jefe de la escalera, un muchacho joven y sin ningún argumentario medianamente sólido, y parece que todos los demás hemos de hacernos los sordos y hacer que nada escuchamos.
No será fácil que no hayan más incidencias. Este chico es muy problemático, y su reinserción y madurez irá para largo y con toda la fortuna. Una verdadera pena. Este joven necesita algo más que un perro protector. Seguramente, los besos y abrazos que pocas veces tuvo.
-HABRÍA QUE AYUDARLE-

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