lunes, 25 de marzo de 2013

- CASA OSCURA -



Llego por la mañana de esta primavera veraniega y valenciana, a casa de mi hermano para cuidar a mi madre.
Casi todo está oscuro y artificial. La luz, justa. Y en cuanto mi hermano    se  marcha   al  trabajo, comienzo a sacar mi yo adecuado y hasta rebelde.
En la casa no es que haga calor, pero desde luego el fresco no está. Y la sensación de caja de zapatos clausurada, me asfixia y desagrada. Lo primero que hago es sentarme en un sillón mientras mi madre duerme. Hay que respetar su descanso.
Pero también he de respetarme yo. Esa casa necesita aire y apertura, claridad, vida   y    naturalidad. Ya ha amanecido. No tiene ningún sentido que la oscuridad todo lo inunde. Mi casa mía, no tiene esta característica. Yo siempre he convivido muy bien con la luz. Desde que nací. ¿Por qué no aquí? ...
De modo que en seguida me levanto del sillón comodón y estático, me dirijo hacia una de las habitaciones que a la calle dan, y abro la ventana de par en par. Y entonces percibo cómo la vida exterior se deja oír, cómo se oye la vida que se renueva y que se levanta, e incluso aparecen los trinos de los pájaros clandestinos que desafian los ruídos metálicos de los coches y de la gran urbe.
Llega la mañana, y la novedad, y el gamberrote maleducado con el coche zumbando, y el semblante dulce de una mujer tempranera, y la charla del tiempo entre los vecinos, y el lamento sobre el paro, y hasta el motor de la moto de un tipo al que le falta civilización y le sobra protagonismo. C´est la vie.
La casa oscura, me sonríe. Ya huele a ventilado estar. Se nota que hay gente, y desaparece ese desagradable aroma a ausencia y a escasez. Puedes respirar un oxígeno dulce y matinal, y percibes cómo todo se va afrontando de modo inaplazable, y que el encarar las cosas es lo mejor y lo necesario. Y de la casa clausurada va saliendo toda la trampa absurda.
Mi psique se serena y se alegra. Todo está más vivo. Como yo. Todo está abierto y a merced de lo social. Las cosas son posibles, las gentes se mueven y el día apremia. Prefiero el ruído mañanero al silencio de los conventos impasables.
Me gusta abrir. Sí. La ventana, la luz ... Me gusta abrir la luz y que pase todo. Que pase todo lo que tenga que pasar. No me gusta demasiado o nada la cautelosidad o el recule. No lo puedo evitar. Me gusta que impere y hasta tiranice la mañana que empuja al nuevo día hacia mí, y que todo lo impegna de verdad.
Apertura y responsabilidad. Poner la cara y mojarme el cuerpo, y sentir que la Naturaleza aún se acuerda de mí y yo de ella, y que la oscuridad es para los vampiros y para los héroes del botellón.
A mí me va la mañana, la letra inicial y clara del alfabeto del empezar. Me gusta el desnudo propio, y rechazo la pose y la apariencia. Me agrada equivocarme que no hacer las cosas por miedo al error.
Por eso es que me da igual que los otros vecinos vivan a la noche, y que se sorprendan por la resolución con que matinalmente abro las ventanas o los balcones. No es de hoy esta costumbre. Ya no se estila asomarse a dichos balcones a ver quién pasa o quién vuelve. Casi nadie mira al cielo o en lontananza, y van a la suya como robots impecables, pero a mí me gusta mantener la tradición y mi peculiar corte de mangas al esoterismo. Que se airee todo, que se sepa, que les den por saco a los hipócritas, y que el dios Sol acabe por iluminar hasta las almas quebradas de los tramposos y de los embusteros.
El solo hecho del despertar matinal, me da alegría y vigor. Y rechazo la casa oscura, y las puertas de clausura de las habitaciones, y me gustaría acabar mis días en la montaña rodeado de mujeres rutilantes, y dormir por las noches y lo que ellas decidan.
No soporto la oscuridad. Rechazo las tinieblas y amo el ciclo renovado del Abril que pronto llega. Y me gusta respirar profundo e intenso, y que se me oiga y vea. Que, cada cual, decida y no especule.
- ¡FUERA, OSCURIDAD! -

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