jueves, 21 de marzo de 2013

¡ ÁNIMOS, ALBERTO !



Alberto es un hombre de gran corazón y buen talante, que no tiene en esta vida nada de suerte. El azar le dió la espalda.
No conoció el afecto de un padre siendo niño, y su madre no pudo hacer por él otra cosa que llevarlo a un orfanato. Falta de calor, y muchas ganas de aventura loca en Alberto al crecer. Y una de las formas de mostrar rebeldía a esa fragilidad de saber que pocos le entendían, fue dejar Madrid y dejarse ir.
Fue vagando por muchos sitios de España, llegó a ser hasta empleado de un circo en Murcia, y su vida se volvió absurda y errada desde bien lejana su difícil pretensión de madurez. Barco a la deriva.
Se vino a Valencia, y una generosa mujer de Cuenca y de mi barriada, le dió ánimos y cobijo. Además, como Alberto lo hace muy bien siendo pintor de brocha gorda, las circunstancias parecían favorables. Mas todo en la vida parece fugaz.
Falleció la señora María,-que fue la mujer que le dió sostén aquí en mi barrio-, se dió más a la bebida, y se vino abajo. Lo que pasa es que yo no lo sabía, y siempre le veía positivo  y sonriendo. Era su gran pose y su gran virtud. Nunca ha querido hacerle nada malo a nadie en su vida. Al revés. Su problema y buena disposición, son un hecho constatable.
El alcohol, no perdona. Mientras Alberto se veía en la puñetera calle al fallecer su valedora, el hombre se entristecía, pero no acababa de tomar conciencia de sí. Y el veneno líquido,   le estaba haciendo mella.
El otro día lo tiraron a la calle, junto a sus amigos Venus y Rafa, y Alberto es otra cosa diferente. Está muy triste. Demasiado desesperado.
Esta vez, la desesperación le llega madura y lógica. Hace unos meses que se asustó. Comenzó a tirar sangre por la boca y se fue al hospital. Los médicos le atendieron, y le remitieron a su médica de cabecera. Controles y más controles.
Está pasando a pelo su mono de alcohol. Pero tiene bemoles el bueno de Alberto. Porque a pesar de que no le hacen la menor gracia los médicos y las enfermeras, dió el paso y se puso en tratamiento. Para poder hacer caso a su salud y a su responsabilidad, Alberto necesitaba la casa perdida, para que Venus y su novio Rafa le hicieran las comidas adecuadas que le marca rigurosamente su médica de la Seguridad Social.
Por éso, Alberto, está tembloroso. Porque ahora se da cuenta de que no tener un techo por las noches donde guarecerse ya no se limita a ser un durísimo contratiempo. No. Sin casa, su salud puede llevarle al cementerio porque no puede comer lo que debe, y va de bocadillo limpio.
Admirable, Alberto, casi todas las tardes viene a mi casa. Pasa a pelo su síndrome    de   abstinencia de alcohol más su preocupación por su no salud, y aún así nos sonríe. Lo primero que hace cuando llega a casa es ponerse delante de mi madre y hacerle    un   gesto   de  humorismo. La cuida a ratos, se siente útil durante alguna horilla, y así piensa en su madre santa a la que siempre querrá, y en que la conquense María de la barriada, que fue otro ángel para él. Quiere a mi madre.
A veces, necesita contarme su desesperación. Yo, le recuerdo con respeto. Lo merece. Es un hombre bueno y de barrio, alegre, castizo y tremendamente noble. No sabe mentir. Y si te miente, es para que no sufras y no te preocupes. Alberto aprecia a quien le da un empujón de esperanza, o incluso a quien le guarda el respeto de su tremendo dolor personal.
Él sabe que apenas tenemos dinero, y por éso no abusa. Es agradecido. Conoce los terrenos, pero su suerte es cero. Ahora que empezaba a ser él mismo, ahora que se estaba dejando la bebida y cuidándose el hígado, sus úlceras, su hepatitis, y sus mil males serios en compañía de su médica y de sus amigos, se encuentra de nuevo en la calle y tremendamente hundido. Tiene miedo.
Alberto es consciente de que puede morir, y que quizás su madurez como persona haya llegado demasiado tarde. Pero él, hace de tripas corazón.
En cuanto pueda, volverá a visitar a su asistente social. No debe hacer otra cosa. Debe seguir peleando contra todas las adversidades. Yo, no solo le animo a que no se deje abatir por las circunstancias, sino que le digo que él sabe sus reglas del juego y que no hace falta que nadie se las reitere.
Y entonces Alberto se calma. Sabe que de él puede depender que su naufragio solo sea parcial y que quizás algo sólido le sostenga en el futuro. Yo le aprecio y no solo porque cuida a mi madre. Le aprecio porque es un hombre con un evidente afán de superación.
-TODO MI ABRAZO PARA TÍ-

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