Bien es cierto, que el fútbol se convierte en seguida en una gran religión de pasiones. Y se le da, una trascendencia que no posee. Leonel Messi lleva en su personalidad de veinteañero, la lógica sensata de lo obvio. Parece saber lo que se lleva entre manos.
No. Messi no quiere ser un icono mediático, ni gaitas de esas que el dinero propone. Mirad, lo único que por ahora se le ve a Leo, es que quiere ser feliz jugando al fútbol.
Messi, es capaz de convertir a un enorme estadio catedral, en un descampado de barriada, donde casi todos pusimos nuestros pies infantes y juveniles, y en donde queda el recuerdo de una felicidad sincera y real. La felicidad de jugar al juego que más nos daba la gana, que era y es el fútbol.
Messi no le hace ascos a la prensa, pero no le tiene la menor envidia mediática a Cristiano Ronaldo, cuyos pósters deslumbran a tantas y a tantos. Y no porque Leonel sea feo, que lo es. Sino porque Messi, no es partidario de la cosmética o del maquillaje impostado. Su única verdad, su ilusión, tenderá a verse sobre el verde césped de un campo de fútbol. Y cuando se termina el partido, atiende educada y cortésmente a la prensa, pero en cuanto puede, se va y desaparece camino de su vida personal.
Sí. Messi, semeja un chico de barrio. Juega al fútbol como un muchacho de barriada. Y, trata de olvidarse del equipo o de la camiseta que defiende, o de si bate récords todos los domingos, o si es el el hijo natural futbolístico del gran Maradona, o si es el número uno del mundo con el balón en los pies.
Messi, juega. Es de letras. No es partidario de cifras cuantitativas, sino de emociones naturales. Quiere ser feliz. Pero, no es de esos que dice que hay que ganar como sea, o de penalty injusto y en el último segundo.
No. Messi prefiere casi no decir nada. Y entonces, casi a la chita callando, agarra el balón, hace un cambio de ritmo, y te deja seco y desaborlado. Y no se vuelve loco. Sigue, continúa la jugada, y la mete adentro. Si Messi no mete el balón en la red, siente que la jugada no ha podido de ninguna manera haberle salido redonda.
Como los chicos en la barriada. No nos arrugábamos, nos gustábamos todo lo que nuestra técnica daba, y queríamos ganar y meter muchos goles. Ésa es la lección callada de Messi.
El otro día, le entrevistaba una periodista al terminar uno de sus últimos recitales futbolísticos. Messi estuvo muy atento y cortés, pero en cuanto pudo, se despidió. Sabe de lo efímero y artificial, que es tantas veces este juego hinflado de evasión interesada y económica. Y Messi quiere seguir divirtiéndose. Tiene derecho a que su felicidad siga consistiendo en salir a la cancha, hacer diabluras, meter goles, ganar, superarse a sí mismo, y ser modesto y muy feliz.
-COSA QUE SE LE AGRADECE-
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