Julián Beis, había pensado que aquel grupo de aventureros excursionistas que caminaban como él por las montañas, eran amigos suyos. Mas se equivocaba. Ni Julián sabía quiénes eran, ni ellos quién era Julián. Pronto se darían cuenta.
Al amanecer, y tras una noche de acampada, Julián descubrió que estaba solo y que los que creía compañeros, se habían marchado de aquel lugar.
Asustado y temeroso, Julián comenzó a gritar para intentar llamar la atención de las personas que ya no estaban. Pero, ¿y por qué debían haber permanecido junto a él aquellas personas, si jamás en realidad lo habían estado? ...
Gritos en vano. Montañas desconocidas. Julián, perdido. Calor, verano, sin víveres, y sin el menor conocimiento del sitio.
Beis, intentó seguir por unas huellas marcadas en los extraños y nada familiares senderos de la montaña. Hasta que, nervioso y desesperado, perdió la pista de las citadas pisadas. ¿Qué hacer?
Con hambre y con sed, Julián Beis se dijo a sí mismo que lo más importante era encontrar a alguien que le socorriera. Que, todo, menos quedarse allí entre enfadado y como petrificado. ¡Ni hablar!
Infructuoso. Horas y horas de caminar, paisajes inigualablemente bellos, pero nada de presencia humana. Beis pensó en llamar desde su móvil al teléfono de localización. Pero, como no tenía ni idea del lugar de las montañas de Australia en donde se hallaba, prefería tener una referencia más clara para solicitar dicha ayuda. Mientras tanto, proseguiría caminando en busca de una mayor fortuna.
De repente, el hombre perdido, trastabilleó y cayó en el suelo. Apenas sufrió leves rasguños, pero su teléfono móvil se despeñó por una de las laderas de dichas abruptas montañas. Se ponía la cosa complicada, pensó Beis. Y siguió caminando y caminando, desde la desorientación más absoluta.
Para más inri, se desencadenó una fuerte tormenta de rayos, agua y viento. Un auténtico vendaval, el cual casi zarandeaba literalmente al leso y desesperado Julián Beis.
Trató de no pensar en dicho temporal exterior, y siguió caminando casi como un zombie, sin fuerzas y sin orientación. Casi vencido. Y al llegar la noche, y cuando ya estaba a punto Beis de tener que pararse cegado por la oscuridad, pudo vislumbrar finalmente unas luces, y una especie de pequeño campamento. Y hacia allí que se dirigió Julián.
Eran sus conocidos montañeros, los cuales le miraban con una cierta curiosidad. Uno de ellos, le preguntó a Beis: - "Perdona, pero, ¿quién eres tú?" ...
Julián se limitó a decir que él era un montañero inexperto, y que se había perdido. Que, estaba vivo de milagro, pero que no importaba. Y sus compañeros de ocasión y mera coincidencia, le contestaron: - "Tranquilo, tú vendrás con nosotros. Te llevaremos mañana a un lugar seguro. Ahora, come, bebe, reponte, y pasa la noche aquí" ...
-JULIÁN HABÍA SIDO VÍCTIMA DE SÍ MISMO -
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