viernes, 2 de septiembre de 2011

- HUÍR -



Era la única palabra que en la cabeza tenía como cierta y deseosa Jaime París,    mientras  conducía su coche acompañado por su mujer y sus dos hijos adolescentes, camino de su casa tras sus familiares y más que aburridas vacaciones.
¡Menudas vacaciones! Vaya aburrimiento. Qué latazo el aguantar a su mujer   y    a    unos  muchachos que no podían estarse quietos, y que no le habían dejado ni respirar ni relajarse un solo minuto.
Jaime París estacionó su auto, y bajó su familia. Él, con una excusa, decidió quedarse en dicho coche para reflexionar. Pasados unos minutos, sacó todas las maletas y las entró en la casa. Todas, menos la suya. Y a continuación, le dijo a su mujer que ahora volvía ...
¿Volver? ¡Ni hablar! Huír. Sí. Solo ese verbo defensivo, podía consolar leve      y         hasta  claramente a Jaime París. Irse de allí. "Desasfixiarse", sentirse libre, sentirse él, dar rienda suelta a su verdadero yo, y empezar un  nuevo tiempo auténtico de placer y felicidad. Jaime había decidido abandonar a su mujer y a sus hijos. y, por supuesto, no volver nunca    al  asqueroso trabajo, lleno de tedio y mal rollo, donde tendría que aguantar a su maldito jefe todo el tiempo y resto del año. Mas, debía darse mucha prisa. No debía levantar sospechas de la fuga. Todo el tiempo del mundo, corría en su contra. La velocidad de actuación,-casi el sprint-, podría salvarle.
Jaime París apagó su móvil, y respiró. Escondió su coche en una calle recóndita, y maleta en mano tomó un taxi en dirección al aeropuerto de Barajas. Allí, tomó un avión con destino Brasil. Una vez en el país americano, buscó en Google un lugar ilegal para poder    cambiarse   las facciones de su cara. Cosa, que logró. Le pidieron mucho dinero, pero cuando salió algunos días después de aquella clínica furtiva y clandestina, respiró tranquilo. Cuando se miraba al espejo, ya no era él. Y además, el hampa le había facilitado un nuevo documento personal y una nueva identidad. Al menos, física y hasta institucionalmente, -a menos que se hurgara algo-, podía ser de nuevo ese ser primerizo que puede iniciar una nueva vida. ¿Una nueva  esperanza? ...
Jaime París, era ahora Marcos Sonfiel. Y en cuanto pudo, volvió a Madrid. Y, aprovechando sus estudios y capacidad, logró un empleo. Lo estaba haciendo muy bien.
Mas no sospechaba el ahora Marcos, que el hampa de Brasil le había delatado a la policía. Le habían traicionado. Y en la habitación de un céntrico hotel madrileño, se escucharon los golpes procedentes de los nudillos de los dedos de un agente policial que se    disponía    a  detenerle. El hombre a detener,- el pobre ex Jaime-, no abrió la puerta sino su maleta.  Sacó una pistola, y se apuntó a la sien. Tutto finito.
-LA MUERTE SIEMPRE HUYE DE LA VIDA-

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