Vale, bien. Todo perfecto. Aquel circo de fantasía e ilusión. Todo expectación y nuevas. Y en el estrellato de aquel lar de magia esperada y colectiva, el Gran Mago se disponía a hacer uno de sus trucos más celebrados. El de hacer desaparecer personas, y en última instancia, el de acabar haciéndose desaparecer a sí mismo, hasta finalmente hacer su triunfal y habitual reaparición. El nuevo éxito.
El Mago, tenía un hijo. Y era la primera vez que le llevaba a su circo de actuación y de estrellato. Se llamaba, Daniel. Y Daniel pudo ver por vez primera las maniobras de su triunfal papá. Trece años tenía al niño Daniel. El hijo del Mago.
Su padre, al finalizar la actuación, fue con toda la ilusión y alegría del mundo, a cumplimentar y a interesarse por su hijo. Y el Mago padre, le preguntó a su tesoro, si le había gustado la actuación y si se lo había pasado bien.
Pero, Daniel, su hijo, prefirió ser sincero. Y negó con la cabeza ante el estupor de su padre. No. No le había gustado. El tema ese de hacer desaparecer a la gente, no le había agradado. Y el niño, confesó a su padre que no deseaba volver al circo de la ilusión, y que había sentido angustia, y había temido que las personas no volvieran a aparecer. Y que, sobre todo, lo que más le había angustiado había sido la desaparición de su padre. Éso, le había a Daniel terminado de decantar. Disgusto.
Su padre, el Mago, le confesó que no le comprendía. Que,todo era un juego y una complicidad, un consenso previsible de final feliz, una cosa inocua y amena, y mil etcéteras.
Pero, Daniel, el hijo del Mago, o bien no lo entendía así, o bien no estaba de acuerdo con que aquello tuviese gracia. Y le dijo a papá Mago, que podía dedicar su ingenio a todo lo contrario. A crear, a encontrar, a generar apariciones, a sorprender sin extraños esoterismos. "Qué mejor magia que hacer aparecer cosas, papá", concluyó el muchacho.
Finalmente, su padre y tras darle algunas vueltas de reflexión, acabó sonriendo y terminó rompiendo en carcajadas. Ya tenía la respuesta. El asunto era, que su hijo se había vuelto un niño mimado que todo lo quería.
Y entonces, el Mago, -con mayor o menor éxito-, le explicó a su hijo que una cosa era ser ilusionista, y otra, Dios. El Supremo, sí que podía crear, hacerlo todo, decidir el bien, el mal, lo oportuno, y hasta lo inoportuno. Pero, él solo podía ser un ser humano. Que no era poca cosa.
Daniel, el hijo del Mago, siguió en sus trece. No estaba de acuerdo. También podía crearse de todo, para hacer ilusión. Y que, en su opinión, toda cualquier ilusión podía ser posible. Que, todo lo imaginado, podría tener lugar.
¿QUIÉN DE LOS DOS TENDRÍA RAZÓN?
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