Cuando estoy durmiendo, estoy muerto. O por lo menos, en extremo vulnerable. Sí. Esas ocho horas de reloj biológico necesario, y alguna siesta, obtienen una lesitud a pagar, por un estado realmente reconfortable y saludable.
Sí. Cuando estoy durmiendo siento que valgo mucho menos que cuando me hallo despierto. Soy como un pedazo de carne que no se entera de nada de lo que pasa. Unos ochenta kilogramos de saco inerte, al que en verano siquiera protegen durante la vigilia unos breves calzoncillos, o acaso un minipijama para que no me vean los vecinos.
Pero, dormido, todo es diferente. Creédme. Cuando duermes puedes morir de la manera más tonta e insospechada. Sobre todo, insospechada. Porque, en lo último que piensas cuando te acaba venciendo Morfeo, es en que será la última vez que verás en vivo. Puede pasarte, que en el transcurso del sueño, y capeando temporales hipotéticos exteriores, te coja un telele y te quedes en el sitio. Por ejemplo, tras un enorme y glotón atracón sandiero.
Pero no es en la muerte en lo que más pienso mientras reflexiono caprichosamente sobre mi sueño; sueño de todos. Lo que más me llama la atención, es que somos unos perfectos despistados. Yo no me acuerdo de mis responsabilidades como ciudadano cuando estoy en la piltra. Y no digamos cuando me hallo en profundo sueño REM, que es cuando se te mueven los ojos como a un vampiro, y que parece que vayas a hacer algo nada grato para nadie. ¿Mover los ojos para no ver nada y a toda velocidad?... Somos especialmente singulares los humanos, y en fútbol y en casi todos los deportes, los mejores.
Cuando estoy durmiendo, me la suda que tenga una llamada perdida de Elsa Pataky, o que tenga una hambruna cita con el Servef, o que en el hospital puedan estar esperándome para una hipotética operación meniscal. Incluso me es indiferente si hay fuego en la finca. Seguramente, pensaré que los bomberos ya entrarán a sacarme como buena y profesionalmente puedan.
Me confío mucho cuando duermo, y se afirma que ronco, pero poco. Buena noticia para las mujeres y para mí mismo. Sí. Cuando duermo, solo importa hacer el budista, ser libre y estarse quieto. Todo lo demás es palabrería.
Cuando duermo soy natural y espiritual, y poco me importa el sexo. Además y con cincuenta años, ya no se puede ser adolescente de rígida e inoportuna erección e incluso polución vigílica. Es, como soy.
-DORMIR ES GRATIS-
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