Ahí estabas. Sentada en esa silla ahora vacía. Sí. Siento y percibo tu ausencia. No sé si como un castigo o como una cruda realidad. Pero lo incontestable es que ya no estás ni estarás. Inoportuna tú y esa Navidad de mi nostalgia. Ahora, en estas fechas, yo te echo de menos. Y además, cuando voy a honrarte a la lápida del camposanto, no se mueve para nada tu presencia, ni hay un gesto ni unas palabras tuyas de agradecimiento por mi recuerdo.
¿Ves esa silla? No. Tú no la puedes ver. Pero yo, te noto. A pesar de que nuestros tres hijos ya tienen más de cuarenta años, su vida hecha y propia, y de que todavía el revoloteo juguetón de nuestros cuatro nietos está caliente y reciente porque se acaban de marchar, yo puedo percibir ese dolor.
¿Dónde estás?, ¿dónde te escondes?, ¿hacia qué lugares marchaste?, ¿por qué me abandonaste y te llegó el final? No puedes contestarme. Y la puta realidad es que tenías derecho a no estar. A que aquel infarto fulminante te mandara a la nada en escasos segundos.
Ahí. Muy cerca de donde está esa silla vacía sucedió. Nunca habías tenido nada grave. O al menos, nada que pudieras percibir como amenazadoramente antivital y nefasto. Siempre habías gozado de una salud envidiable, yo estaba peor que tú, pero el azar malévolo logró gastarme una loca broma macabra.
Antes de que llegaran los médicos y se montara el gran pollo del desconcierto, tú ya no estabas. Te caíste en el suelo muy suave pero lastimeramente. Cuando salté como un atleta sobre tí con un vano deseo de amortiguar tu caída y hacer colchón con mi cuerpo, me di cuenta de que tu expresión había cambiado tanto en aquellos crueles segundos, que intuí lo peor. Y me afané por comprobarte afanosamente el pulso, y te hice el boca a boca y la reanimación, y lloré como un salvaje roto y desgarrado. Y le grité al médico de urgencias que viniera porque te había pasado algo gordo, y cuando llegó el médico y te observó e hizo gestos demasiado serios y certificándolo todo, yo ya lo sabía, ¿sabes? ...
Sí. Yo ya sabía que me habías dado un corte de mangas y mandado a la mierda y a mi suerte. Nunca comprenderás el daño que me hiciste, e incluso si se hiciera el prodigio de que lograras hablarme para tranquilizarme, yo no atendería tus sedaciones. Sencillamente, me has dejado ...
Teníamos veintipocos años cuando nos conocimos en aquella discoteca de las afueras que ya solo es un recuerdo para nostálgicos. Bailamos hasta que al llegar el amanecer, la policía y los seguratas nos recomendaron vivamente y sin miramientos que abandonáramos el lugar, cosa a la que nos negamos en redondo. Uno de los seguratas te dio tal golpe con la porra en las medias que llevabas luciendo bajo la minifalda, que te las rompió y te hizo un cardenal en las piernas. Yo, me revolví y le pegué una hostia tan fuerte al segurata, que un policía preocupado vino hacia nosotros al ver que el de la seguridad no lograba levantarse del suelo. Y, ¡escapamos, amor! ¡Lo conseguimos! Subimos en mi moto "Luna", y como me sabía a ciegas las curvas y las carreteras del lugar, nunca nadie nos pilló.
Lo demás fue consecuencial. Intercambiamos los teléfonos fijos, comprobé que tus piernas además de hermosas eran fuertes, y tú comprobaste y certificaste que yo te gustaba. Y a los pocos meses nos casamos en la Iglesia de la barriada, y éramos mucho más atractivos cuando nos mirábamos alegres e ilusionados a los ojos.
Viajábamos los findes a donde nos daba la gana y hasta donde nos permitieron nuestros trabajos de docentes. Yo, en un instituto de chavales, y tú en uno de chicas. Y maduramos juntos y cogimos responsabilidad. Y vinieron los tres niños, y luego los nietos, y el año pasado aún estabas viéndolo todo lo de la Navidad en esa maldita silla vacía en la que nunca estarás más, amor ...
¡Déjame! Déjame en estos días ser egoísta y evocarte y no dejarte marchar del todo. Permíteme que loe tu chasco inesperado. Y decir que desde ese día estoy en la transición evidente del desconcierto. Y que nunca habrá en mi vida una mujer como tú, y que lo demás que pueda venir serán mujeres que lo único que harán será distraer un rato al vacío que siento.
-LO SABES PERFECTAMENTE-
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