Para que la NBA sea grande y que su prestigio siga sin decaer, lo más plástico y mediático es un tirador y pasador infalible. Lleva hace tiempo una estrafalaria y poblada barba, no llega a los dos metros, parece hasta gordo por la masa muscular que tiene, se llama James Harden, y es la ametralladora de Houston Rockets y de la NBA. El campeonato mundial de basket.
Parece desgarbado y poco elegante de movimientos a sus treinta años, como de no fiar, pero con una técnica descomunal convierte con suprema rapidez la impresión en error. Porque "la barba" Harden toma la pelota, ve el juego como casi nadie, decide quien es el mejor compañero a recibir con clarividencia, y al final suele hacer lo que más le gusta que es desequilibrar a sus defensores y enchufarla. Lleva varios años así. Es un clásico en el olimpo de los mejores jugadores del baloncesto americano y parece que cada día juega todavía mejor y con más brillantez.
Escolta. La maldición. Un escolta es una figura minusvalorada en un quinteto de gigantes. Porque su eres un cuatro, ni eres base ni alero puro. Ser escolta tiene prensa gris y poco excitante. Salvo que lo hagas como "la barba" de Los Ángeles y de Houston Rockets.
El rojo color de la camiseta. Mis recuerdos me llevan a Hakeem Olajuwon, y a aquellos años de las dos alturas que completaba Ralph Sampson. Ahora, Houston y la vida de la NBA son otra cosa, aunque la esencia sea la misma.
Me gusta el baloncesto porque me gana la genialidad. Ya no sigo la NBA como antes,-ni mucho menos-, pero tras la decadencia inevitable del gran Lebron James que ahora está en los Lakers de Magic Jhonson, ahora el rutilante abusón de los puntos se llama Harden.
Esta batiendo récords de continuidad casi imposibles. En veinte partidos seguidos ha metido más puntos que el mito Jordan, y ya solo le gana en esta estadística el as atemporal Wilt Chamberlain.
Esto de los yankees es el estrellato sin fin. O genios o nada. Centenares de jugadores sensacionales convierten a esa locura de jugar partidos casi todos los días, en un reto que solo es para los elegidos. Ahora, el sexy es "la barba" Harden.
Con una técnica depuradísima, Harden huele el basket como un visionario. Conoce la dinámica como una computadora, y en su chip solo hay verdad y acierto. Agarra el balón y atiende las situaciones. Pero genio también es el que quiere ser chupón y meter a toda hora 50 puntos o más. Porque esas hazañas te convierten en respetable referencia, y sobre todo en historia viva.
Los gigantes de 2,10 saben que tiene algunos problemas. Son más lentos que los bajitos, no es tan lucido defender que atacar, y conocen bien que si tuviesen el tiro de un base o un alero no tendrían problemas para ser más que mediáticos.
A los que andan escasamente por los dos metros, todo parece lucirles más. Donde esté un tiro largo y certero, que se quite la plástica de todo lo otro. Porque un tapón puede quedarse en un empate, pero si la enchufas nadie puede censurarte nada.
Harden, "la barba", es algo más que el sexto hombre de la Liga, o incluso uno de los titulares de los quintetos All Stars. Aunque solo su barba y diferencia es carismática, su imagen general no es mediática ni da para demasiados ingresos extras. La magia y la chicha de Harden es su colección de tiros inverosímiles y certeros, su abundancia, su velocidad y talento para las fintas, y el control de los momentos para levantarse y bombardear.
James Harden es ahora la gran estrella americana. Ese tío raro que las clava todas y que estás deseando que te resuman un partido de Houston para poder ver de lo que es capaz de hacer con el balón. ¡Es el basket moderno! El que a nadie hace ascos, ese tiro que todos quisiéramos tener y que solo en la historia tuvieron bien pocos. Y saber pasar como la hace Harden, y toda su magia y versatilidad.
¡OLÉ, HARDEN!
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