Ayer, tras los cuidados realizados como habitualmente a mi señora madre, me dirigí a mi casa entrañable que es en donde siempre he vivido y nací. La casa de mi crecer y aprender.
Como suele suceder, y al entrar, me topé con un para mí estruendoso silencio en la escalera a pesar de que todos los pisos están habitados. Contrariado, y en el proceso de aceptación de esta realidad actual, abrí la puerta de mi piso y me introduje en el lar. No era nuevo no escuchar siquiera el sonido de un transistor o el de una conversación. Me desagradó, pero no me extrañó.
Me asomé a la galería, y lo que en principio vi, me llenó de ira. En una de las espaciosas terrazas, algunas decenas de jóvenes estaban armando un importante bullicio. Y ahora sí que me enfadé de veras. Impotente, cerré todas las puertas posibles a pesar del calor, y me acosté tratando de huír de la realidad en una cama que tengo dispuesta muy cerca del balcón. Mas no pude conciliar el sueño. El malestar interior, cercenaba mi descanso. De modo, que decidí levantarme, vestirme nuevamente, y marchar a hacer unas compras y a pasear. Era duro aquello.
Porque desde la terraza cercana, los jóvenes seguían a su bola celebrando una fiesta en su tiempo de ocio y ajenos a todo lo demás.
¿Qué hacer? Lo que siempre he observado es que todos estos temas vecinales poseen los lugares comunes del consenso. Y ante el bullicio de los muchachos, ni uno solo de los vecinos les indicó nada en protesta. Y yo pensé que esta clave era muy importante. Si no hay protestas, no hay caso. Nada pasa.
Y entonces me llegó el afecto. Una amable señora me hizo reflexionar. Los chicos tenían todo el derecho del mundo a hacer su fiesta, y un horario para realizar dicha expresión festiva. Yo, al principio, la dije que no y que no. Que eso de las terrazas era para dar por el saco y que no tenían ningún derecho ...
No es verdad. Dado que el bullicio permaneció bastante estable y sin pasarse de rosca toda la tarde, lo que sucedía es que los muchachos estaban ejerciendo su derecho. Divertirse y disfrutar.
Que es lo que yo no estaba haciendo. A mí me costará llegar a esta mi realidad. Porque sé que me falta afecto interior. Y me molesta y preocupa el que necesite recepcionar el afecto de otra gente para poder ser yo con toda mi realidad y consecuencia.
Cansado y emocionado, con sentimientos encontrados, me di cuenta del largo camino que aún me queda para llegar a mí. No nace el agua de mi manantial, sino que todavía he de ir a buscarla a un pozo o a una fuente.
Cuando por la noche me fui a dormir, lo hice plenamente. Me embargaba una alegría especial y nueva. Me había enterado. Había comprendido, y me había posicionado bien adecuadamente ante las reglas del juego de la cotidianeidad. Había vivido y vivenciado entre mis sentimientos de bisoño una salida de la frustración y de la comprensión. Se llama, afecto propio y orientación.
Me escuché a mí mismo. Me acepté y acepté a los demás. Superé la prueba. Y ahora me queda aceptar las habitualidades que todavía no logré superar.
-PERO TODO SE ANDARÁ-
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