¡España! Multitud. Televisiones. Banderas. Miles de banderas rojigualdas. Expectación. El espectáculo de la gran liturgia monárquica se pone a rodar. La gente quiere ver estas cosas llenas del ayer.
El pueblo, mira. Es obediente a lo que pone en una peculiar y real Constitución o Ley de Leyes. La avalancha imponente de aplauso rodea a otras realidades. El Poder tiene en 2014 una fascinación que realmente, sorprende. ¡Madrid!
El Rey. El nuevo rey Felipe VI. Su figura. Ese icono que anda a medio camino entre Dios y los hombres. Y su mujer, la Reina Letizia. Y los nenes, y la infanta Leonor, y toda la cosa potentísima y a la vez estática de los cortesanos y burgueses. De nuevo, el Poder.
Los caballitos, los soldados, los trajes militares, las exhibiciones, los homenajes, la Patria, lo que ya sabemos, la herencia, los Borbones, la sucesión, los distintivos, los millonarios, la personificación de los privilegios y de los clasismos. Y todo lo meten en una caja a la que le pretenden dar forma democráctica.
El Medievo en el siglo XXI. El mantenimiento de lo de siempre. Los ricos, los que están por encima, los que no son la gente llana, los adinerados, la banca, los triunfadores, los trajes y vestidos de tradición, la España conservadora e inmovilista, el boato, la pompa, el fasto, los cortesanos, la adhesión aparentemente inquebrantable, la demostración geográfica, el consenso ante los intocables, nada que discutir o cuestionar, lo que significa continuismo y gran fiesta. El domingo, el dóminus, el festivo, la gala, el especial, lo impecable e inmaculado, la Iglesia, la derecha, la izquierda cautelosa, los nacionalismos incómodos entre tanta satisfaccion y sonrisa de rendez vous. La fuerza de los que mandan. El Gobierno entregado al nuevo monarca y a su mujer. La pleitesía, las ganas de ser reyes, los deseos de ser grandes, antes muertos que sencillos; los triunfadores ...
El rey salvador. El papá. Ese ser más que terrestre que llenará las revistas y las tertulias. La alfombra roja, la España que corta el bacalao, los lacayos, a los que todo lo que sea brillo les parece bien, por tierra y aire, por donde sea pero que se esté entre lo previsto y la sorpresa del festejo siempre esotéricamente deseado. La Historia, la Plaza de Oriente, el haber estado allí, la redención y el soplamocos a las penas, el sexy del reality y de la disneyandia, el viajar al Tíbet, o a las islas siempre vírgenes e imposibles, la identidad del grupo y de la masa, la imposición de unas reglas del juego. La España frivolona y oportunista de hoy. Pícaros que se distraen al calor de un sol que se llama verano. ¡Viva España y fuera penas! ...
Si yo fuera rey ... Tiene que molar ser rey. Ha de dar vanidad. Porque vienen de todos los pueblos y lugares y te dan la mano y la sonrisa, y se te arrodillan.
¡Se te arrodillan en reverencia casi técnica! Quieren agradarte. Hacen que se sienten emocionados ante uno, y postrados sobre la aceptación de tu poder. Suena a ancestro. Huele a Edad Media. A Edad atrás. A otro tiempo en el que todo sería piramidal y de supervivencia. Suena a tiempos de maniqueísmos, de campana y se acabó, de autoritarismo, de plebe, de falta de derechos ciudadanos, de tiempo anterior a la Revolución francesa, de cuando el pobre lloraba sus penas y ni se planteaba tener voz ni voto. Huele a perfume gastado de luxe, a contradicción, a dejar hacer, a que hagan lo que quieran, a que todo siga por inercia fácil ...
Y sobre todo, hay ganas de domingo y de corbata, de excursión y presencia, de fiesta y fasto; de ser algo.
-DE SERLO TODO-
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