Asustado, jadeante, lleno de ansiedad, inseguro y fastidiado. De esta guisa asistía yo a las primeras reuniones de la escalera. Era mi primer papel de representación. Mi apenas existente familia no me daba opciones. Mi hermano se hacía a un lado y mi madre ya estaba mayor para estos vericuetos de las consabidas reuniones de vecinos.
Tomé la decisión a la desesperada. Las decisiones. Bajaba, yo. Y creaba un personaje hosco y defensivo, peleón y desafortunado, malencarado y animoso. Quería defender y defenderme. Me sentía demasiado solo ante aquellas personas. Ni siquiera la familiaridad me servía de amparo. Solo prefería refugiarme en la ilusión de una fantasía imposible. Y para éllo, me dedicaba a idealizar a los propietarios conocidos, imaginando desdramatizaciones y facilidades. Como éramos todos gente conocida y apenas séis puertas, llegaríamos bien pronto a los acuerdos, se solucionarían todos los problemas bien rápido, y todos subiríamos a nuestras respectivas casas satisfechos y felices. Casi, comiendo perdices ...
Aquello era mi ternura y mi iniciación. La realidad era otra bien diferente. Como los tiempos del hoy. O, del 2014. O como aterrizar en unos momentos de las cosas que ahora son como son. Me gustara o me dejase de gustar.
Me sentí fatal en los primeros momentos de aquellas reuniones. No se concretaba nada. Cada cual quería llevarse el ascua a su sardina. Casi todo era negociación pura y dura. Querían pagar lo menos posible y endilgarle el muerto del dinero a los demás.
Recuerdo que llegaba lloroso y excitado a casa. No podía ni probar bocado en las cenas. Me sentía timado, ninguneado, puteado, y profundamente decepcionado. Me venía demasiado grande todo aquello. Y no digamos lo que oliera a convicción y responsabilidad.
¡No y no! Las reuniones de escalera no eran un juego. Y yo nunca he tenido dinero, y estaba asustado además de sentirme plenamente impotente ante unos y otros. De modo que decidía permanecer en silencio y en pose, mirando a unos y a otros a ver por dónde salían. Enfadado y raro. A desagusto.
Todo mi pensar era un error. Lo fui comprendiendo mucho tiempo después. Todavía hoy vivo demasiado cerca la relación con los vecinos. Me imagino situaciones imposibles de ser reales y auténticas, y cojo la nostalgia de mi tiempo de atrás como substancia que llama el dolor de mis huesos que molestan al estirarse en el crecer.
Las reuniones, eran bien otra cosa. Había que ir con las ideas claras y con las suficientes estrategias y respuestas. Sin dudas y con activos. Había que contener las emociones, y parar la ira ante los manipuladores, y hacerse el tranquilo, y no entrar a trapos estériles y hasta descorazonadores, y abrazar con realismo el sino de mi estar en aquellas asambleas que nunca han de ser un placer.
Siempre fui noble. Defendí con uñas y dientes mis principios contra quienes no parecían manejarse ni en la ética ni en la excesiva consideración. No abrí mi tolerancia ni mi libertad, y me llevé sambenitos tremendos. No lograba detener mi impulsividad defensiva ni mi sensación de desamparo, y eso no me hacía ganarme las voluntades. La cagué una y otra vez.
Trato de aterrizar continuamente en mi 2014. En mí. En mi responsabilidad para lo bueno y para lo malo. Ahora ya sé que las reuniones de mi escalera,-en la que ni siquiera hay administrador-, son otra cosa más real. Nunca podrá haber la comunicación que yo deseo, porque el modo de vivir de ahora es otro. Y mi obligación es adaptarme a él y superar los obstáculos abrazando las nuevas reglas de juego. Duele mucho, pero en el fondo es más que hermoso aterrizar en el tiempo de hoy. Es sin duda la mejor noticia que puedo tener por delante.
-UN FUTURO REAL PARA MÍ-
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