viernes, 9 de mayo de 2014

- YAGO LAMELA, PRECOZMENTE EN EL ADIÓS. -



Avilés. Asturias. Ahí reside su cuna y su final. Yago Lamela. El mejor saltador de longitud español de todos los tiempos. Su cabeza le ha engañado, y se ha cansado a sus jóvenes treinta y séis años. Fue un genio. Descanse en paz.
Maebashi. Japón. Mundiales de Atletismo. Medalla de plata. Un salto prodigioso de 8,56 centímetros con el que preocupa a su eterno rival cubano el gran Iván Pedroso. Tenía entonces veintiún años. Blanco, bajito para su prueba, precoz, tímido y potentísimamente extraordinario. Un maravilloso y guapo rara avis. Ese atletismo español que había nostalgiado a mitos como José Luís González o Abascal, quería resurgir de sus cenizas con savia joven y hasta inédita. El atletismo era otra cosa, y se había masificado, mediocrizado y banalizado. Más atletas pero menos brillantez general. Y en medio del erial, surgió alguien especial que le devolvía a nuestro atletismo, junto con el cuatrocentista David Canal, la oportunidad de renovarse y aterrizar con contundencia y brillantez en los tiempos modernos.
Yago Lamela no podía ser previsible. Ningún gran grande puede serlo. Era un pupas genial y rutilante, tímido y chiquillo, de hablar sincero, cabreado contra el infortunio y con ganas de su personal alfombra que le catapultaba a un foso en el que cuando pasaba de los ocho metros era para llegar al gran atajo del total éxito. Su ambición, basada en sus enormes facultades, parecía ganarle. Se sabía especial y le aburría lo cotidiano. Había nacido para ser distinto.
El salto de Maebashi le puso por delante más retos y listones. Había puesto su pica en el olimpo de los grandes, pero aquello del estrellato y de lo mediático no le hacía demasiado la gracia. Y eso era extraño para un chavalín de hoy, en cuyo tiempo hasta Juan el pescadero quiere ser famoso y que le vean en la tele. Yago, no. Yago pretendía pasar de puntillas en un mundo selecto de glamour y focos. De show y negocios. Lo que es el deporte hoy en día. Fracaso, mente, egoísmo, ídolos y dinero. Todo junto.
A mí me sorprendió una vez en una determinada tarde de primavera, en la que habiendo fichado por un club de atletismo de Valencia, yo aprovechaba para verle entrenar en las pistas del seco y ajardinado lecho del río Turia de mi ciudad.
Vi en Lamela al antihéroe. Se veía en él que quería ser uno más. Que saltaba cuando le tocaba y todo éso, pero que a su alrededor no bailaban ni las chicas cheerleaders ni pasaba prácticamente nada. Solo, la tarde calurosa y pertinaz de mi ciudad eterna y hasta caprichosa y turística. Entrenado por el mito de la tierra Rafael Blanquer, allí estaba Yago con David Canal y con los otros atletas. Pero nadie diría que aquel joven timidote y bajito para brincador, fuese uno de los más grandes atletas de su generación, y que era capaz de dejar a todos con la boca abierta. En cuentagotas inolvidables y majestuosas.
Le han encontrado sin vida en su casa, y no con problemas excesivos que le deparara su realidad. Había tenido muchísimas lesiones, y le habían llovido las críticas porque le necesitábamos para hacer realidad nuestros sueños y deseos. Y cuentan ahora los medios que su cabeza no había podido soportar su propia presión, refugiándose en los demonios interiores y en la irrealidad.
El dolor le soltaba extraños zarpazos, y entonces los héroes caídos se humanizan y parecen deteriorarse para siempre. Yago sorprendió porque fue un alma especial. Una especie de ángel caído y rebelde a su manera. Su final ha sido otro gran salto y atajo. Ha tomado su potente carrerilla y nos ha puesto tristes por su inesperabilidad.
-DIOSES Y HUMANOS-

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